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Tal era la situación de ambos contendientes, cuando el Bucentauro hizo señal de virar en redondo. Ustedes quizá no entiendan esto; pero les diré que consistía en variar diametralmente de rumbo, es decir, que si antes el viento impulsaba nuestros navíos por estribor, después de aquel movimiento nos daba por babor, de modo que marchábamos en dirección casi opuesta a la que antes teníamos.

Vuestro tío no habría consentido en tomar el mando de una almadía. ¡Eh, Van-Horn! gritó en aquel momento el Capitán, que seguía en el timón . ¿No te parece que el junco está algo tumbado de estribor?

En su proa y en su popa tenía sendas bombardas, y tres falconetes en cada costado. Estrecho era el barco de babor a estribor, y la longitud de su eslora hacía que hendiese rápidamente las olas a impulso de los treinta remos que llevaba en cada banda. Lorenzo Fréitas no dudó ni un instante de que aquella nave era de corsarios argelinos.

El capitan era un señor de aspecto bondadoso, bastante entrado en años, antiguo marino que en su juventud y en naves más veleras se había engolfado en más vastos mares y ahora en su vejez tenía que desplegar mayor atencion, cuidado y vigilancia para orillar pequeños peligros... Y eran las mismas dificultades de todos los días, los mismos bajos de cieno, la misma mole del vapor atascada en las mismas curvas, como una gorda señora entre apiñada muchedumbre, y por eso á cada momento tenía el buen señor que parar, retroceder, ir á media máquina enviando, ora á babor ora á estribor, á los cinco marineros armados de largos tikines para acentuar la vuelta que el timon ha indicado. ¡Era como un veterano que, despues de guiar hombres en azarosas campañas, fuese en su vejez ayo de muchacho caprichoso, desobediente y tumbon!

La noche estaba más negra que un barril de chapapote; pero como el tiempo era bueno, no nos importaba navegar a obscuras. Casi toda la tripulación dormía: me acuerdo que estaba yo en el castillo de proa hablando con mi primo Pepe Débora, que me contaba las perradas de su suegra, y desde allí vi las luces del San Hermenegildo, que navegaba a estribor como a tiro de cañón.

El Capitán se asomó por la amura de estribor y miró al fondo; pero la marea, que seguía creciendo, había cubierto todo el banco y no se le distinguía. Los crujidos continuaban, y las velas, ejerciendo su esfuerzo hacia babor, ayudaban poderosamente la acción de la marea.

¡Qué dicha para los periquitos y las cotorras, que huyeron por las ventanas batiendo alegremente las alas! ...¡Vil metal! ...¡Es posible! ¡Diablo! ¡hermoso tiro! Ya ves, maestro Zeli..., la bala ha entrado por encima del coronamiento y ha salido por la tercera porta de estribor. ¡Pardiez! ¡Melia, haces maravillas!

El banquero de la barba roja y sus voluminosos legajos, la esposa y su collar de perlas y el secretario siempre con un cuello de camisa alto y brillante, manteníanse en este lado de estribor entre la gente insignificante, para demostrar con su indiferencia ostentosa que estaban muy por encima de todas las divisiones sociales que se implantasen en el buque.

El equipaje alternaba las guardias de cuatro en cuatro horas, dividiéndose en guardias de babor y estribor, y Tommy, el grumete, avisaba con campanadas cuando se tenían que renovar los de un lado y los de otro. El capitán no debía de tener mucha confianza en aquella gente, porque había tomado grandes precauciones.

El viento soplaba con un poco menos de violencia, pero la noche era clara; colocose un buen marinero en la barra del timón para evitar la deriva, y continuó la embarcación con rumbo al Oeste. Hacía algún tiempo que se dejaban llevar en esta dirección, cuando el marinero de guardia gritó: ¡Barco a estribor!