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De aquí presumo yo que está aclarado el enigma, que hay antípodas y que es evidente la redondez de la tierra. Poquito a poco, señor Fréitas replicó Tiburcio . Las cosas distan mucho de ser tan claras. Yo tengo noticias más recientes que invalidan lo que el señor Fréitas dice.

No soplaba el viento muy en su favor, pero el piloto Fréitas y sus ágiles marineros le dominaban y aprovechaban con diestras maniobras. A pesar de la niebla, descubrieron de repente un esquife que se recataba de ellos y procuraba huir. Echaron entonces al agua el de la nave, en el que izaron la bandera portuguesa, y a todo remo dieron caza y alcanzaron al que huía.

Calculando por leguas, aunque es medida menos exacta y más variable, y atribuyendo a cada grado veinte leguas de longitud, aún tenían que andar tres mil y seiscientas leguas para llegar a Lisboa en línea recta y sin ningún tropiezo. Para no asustar a la gente de a bordo, Morsamor y Fréitas se guardaron bien de comunicarles el resultado de sus cálculos.

Antes bien, arremetió impetuoso contra el grupo de Morsamor, mientras que otro buen golpe de su gente caía sobre Fréitas y sus marineros, los cuales tuvieron por desgracia que luchar proporcionalmente contra mayor número de contrarios. Fréitas fue uno de los primeros que perdieron la vida, abierta su cabeza de un hachazo. Otros ocho de su tropa sucumbieron también, al principio casi de la pelea.

Y como él y Lorenzo Fréitas coincidían en la opinión de que cada grado de la esfera tenía por el ecuador o por su anchura máxima quinientos estadios, cuando se creyeron en la parte opuesta del meridiano de Lisboa, creyeron también que distaban noventa mil estadios de dicha ciudad, y que todavía, sin contar los rodeos que tendrían que dar, necesitaban navegar otros noventa mil estadios para volver a la patria.

Lo que aquí nos importa saber es que Morsamor se fue enseguida desde Cantón a Macao, pequeña colonia recién fundada por los portugueses. En la rada de la nueva ciudad, Morsamor halló lo que deseaba y esperaba, según lo había concertado con el piloto Lorenzo Fréitas.

El piloto Lorenzo Fréitas y muchos de la tripulación, decidieron no abandonar a Morsamor e ir con él donde quisiera llevarlos. Bajo la inteligente dirección de dicho piloto, hábiles calafates del país, limpiaron los fondos de la nave, que estaban harto sucios, la carenaron bien y la pusieron como nueva.

Con lamentos y hasta con lágrimas se deploró la muerte de Fréitas y de las otras víctimas. Para escarmiento ejemplar y para dar testimonio del brillante éxito de aquella lucha, Morsamor mandó colgar el cadáver del capitán argelino en el mástil de la galera, sobre el cual dispuso que se izase la bandera de Castilla.

El piloto afirmaba que también había visto la nave, que en el tope de su palo mayor ondeaba la bandera de Castilla y que en su proa se figuraba haber leído este nombre simbólico: Victoria. Aquella noche caviló mucho Morsamor sobre la aparición, real o fantástica, de la nave Victoria, y habló del caso con Fréitas y Tiburcio.

Todos corrieron hacia el lado opuesto al en que estaban Morsamor y Fréitas y hacia el punto en que la nueva Argo estaba asida al barco corsario. Con prodigiosa agilidad y con tal prontitud que no dieron tiempo para que se apercibiesen y cerrasen paso, saltaron todos en la galera.