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El médico sentía angustia examinando á los dos contendientes, con la cara pálida, sudorosos, las piernas inmóviles y como petrificadas, el busto en incesante vaivén, los brazos hinchados por el esfuerzo; y recordaba á otros que habían caído en aquellas apuestas brutales, muertos como por un rayo, heridos en el corazón por el exceso de actividad.

Cambiáronse dos disparos, sin que sufriesen daño alguno los contendientes, aunque se dice que un chino que pasaba recibió desgraciadamente en las pantorrillas varios perdigones que procedían de la escopeta de dos cañones del coronel. Así aprenderá John a ponerse, en lo sucesivo, fuera del alcance de las armas de fuego.

Esa poca de guerra, que empieza ahora, en nuestras provincias, es indudablemente por derechos claros y bien entendidos: sobre todo, si alguno de los partidos contendientes pudiese ir a ciegas en la lid, e ignorar lo que defiende, no sería ciertamente el partido más ilustrado, es decir, el liberal.

Luego, su mirada, al pasar sobre el muro inmediato, su animó con un resplandor de inspiración; y de una panoplia descolgó dos espadas herrumbrosas, saliendo con ellas al patio. Abandonados de sus padrinos, los contendientes habían empezado á pasearse, fingiendo que no se veían y sorprendiéndose mutuamente cuando se miraban con el rabillo del ojo.

Todo el contorno parecía tener la vista fija en la taberna, esparciéndose con celeridad prodigiosa las noticias sobre el curso de la apuesta. Ya se habían bebido dos cántaros, y como si nada.... Ya iban tres... y tan firmes. Copa llevaba la cuenta de lo bebido. Y la gente, según su predilección, apostaba por alguno de los tres contendientes.

La fuerza había estado igualada hasta entonces entre ambos contendientes; pero ahora Alemania traía nuevas divisiones, las del frente oriental, para dar el golpe decisivo. Faltaba de este lado otro peso equivalente ó mayor, el chorreo final que llena el vaso, lo desborda é inclina la balanza.

Naturalmente, no siempre coincidían las ideas de los interlocutores. Y al chocarse las opiniones contrarias, se iniciaban interminables contiendas. Los contendientes barajaban en sus largas peroratas y mariscalendas las fundamentales ideas de honor, patria, verdad, progreso, etc., etc. Estas ideas eran en gran parte tomadas de la prensa local.

Esta ruidosa causa duró muchos años: algunas personas principales y de autoridad procuraron interponerse entre el obispo, D. Alonso y la ciudad, para conciliar las diferencias que habia, y lograr se levantase el entredicho. Consiguieron esto último algunas veces, pero era tan díscola la condicion de los contendientes, que de todo sacaban pretesto para volver á la discordia. El señor de Sta.

A menudo, arrullado por los gritos de los contendientes, el Anfitrión se quedaba dormido; pero cuando no se dormía, o bien cuando despertaba y veía a su mujer y a Pedro Lobo enfurecidos ambos y en la más encarnizada contienda, se apuraba y hasta se asustaba, porque era hombre conciliador y benigno; procuraba ponerlos en paz; y agarraba la mano de él y la mano de ella y los atraía para que se las diesen, aconsejándoles que echasen pelillos a la mar, para lo cual pronunciaba también su discurso, buscando y quizás hallando un juicioso término medio entre las dos opuestas doctrinas.

Los duelos entre personas de las clases más elevadas, era cosa frecuente y ocasionaban feudos y reyertas en los que participaban también los amigos y servidores de los principales contendientes. Sin embargo, después del encuentro que dejo reseñado, circularon rumores tales, que me impusieron la mayor prudencia. Era imposible ocultar a los parientes de las víctimas la muerte de sus deudos.