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No ignoran ustedes que los perdigones andan en bandadas y anidan juntos en el hueco de los surcos, para alzar el vuelo a la alarma más insignificante, desparramándose como los granos que arrojan a la tierra para que produzcan. Mi acompañamiento particular es alegre y numeroso y acampa en un llano junto a la linde de un gran bosque, donde tenemos buen botín y magníficos refugios a uno y otro lado.

Los pequeños moradores de aquella soledad apenas se apartaban del camino de la niña. Cierto es que una perdiz, seguida de diez perdigones, se adelantó hacia ella con aire amenazador, pero pronto se arrepintió de su fiereza y se volvió tranquila al lado de su tierna prole, como diciéndoles que no tuvieran temor.

Primitivo, después de soltar en un rincón la escopeta, vaciaba su morral, del cual salieron dos perdigones y una liebre muerta, con los ojos empañados y el pelaje maculado de sangraza.

Nuestro joven doctor se entretiene ahora en medir cráneos; se ha metido en el osario del Camposanto, y allí anda, ayudado por el enterrador, llenando de perdigones las venerables calaveras de nuestros antepasados, pesándolas y haciendo con ellas una porción de diabluras. Recalde tiene talento, ha estado en Alemania y sabe mucho; pero yo, la verdad, no creo gran cosa en sus afirmaciones.

Me los representaba en su domicilio durmiendo en un catre con chinches, comiendo albondiguillas como perdigones en salsa viscosa y peleándose con la patrona por inexactitud en el reintegro de sus haberes; y admiré y bendije la providencia de Dios, que a los que priva de medios de dicha, provee tan largamente de imaginación.

Para colmo de la devoción y muestras de júbilo, varios mozos tenían escopetas y trabucos, y disparaban tiros sin bala ni perdigones, pero con mucha pólvora y muy apretada por el taco, a fin de que retumbase más el tronido. En suma, la procesión no dejó nada que desear. El público quedó muy satisfecho.

Esta mañana ha venido a soñar a mi verde colinita... Allí está de pie, recostado contra un pino, con el tambor entre las piernas, tocando si Dios tiene qué... Bandas de perdigones espantados corren a sus pies sin que lo note. Las hierbas aromáticas perfuman el aire en torno suyo, sin que él las huela.

Estuvo vacilando en poner cartuchos con bala, pero como era difícil hacer puntería de noche, optó por los perdigones gruesos. Ni en aquella noche, ni en la siguiente, se presentó Martín, pero cuatro días después Carlos lo sintió en la huerta. Todavía no había salido la luna y esto salvó al salteador enamorado. Carlos impaciente, al oir el ruido de las hojas, apuntó y disparó.

Cambiáronse dos disparos, sin que sufriesen daño alguno los contendientes, aunque se dice que un chino que pasaba recibió desgraciadamente en las pantorrillas varios perdigones que procedían de la escopeta de dos cañones del coronel. Así aprenderá John a ponerse, en lo sucesivo, fuera del alcance de las armas de fuego.

Sabe que el fantasma que acaba de cruzar al alcance de sus perdigones es la hembra, la Dulcinea perseguida y recuestada por innumerables galanes en la época del celo, a quien el pudor obliga a ocultarse de día en su gazapera, que sale de noche, hambrienta y cansada, a descabezar cogollos de pino, y tras de la cual, desalados y hechos almíbar, corren por lo menos tres o cuatro machos, deseosos de románticas aventuras.