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Sonrió el patriarca a Fernando, sin interrumpir por esto su conversación con Pérez. Hablaban de política, conviniendo los dos en un gran amor por los gobiernos fuertes y en la necesidad de fusilar a todos los enemigos de la autoridad. El señor Kasper odiaba las repúblicas, gobiernos de pelagatos con levita, de parlanchines hambrientos.

En torno á cada caballería cuya venta se estaba ajustando se formaban grupos de gesticulantes y parlanchines labriegos en mangas de camisa, con una vara de fresno en la diestra.

Todo esto me lo dijo en su lengua pintoresca y armoniosa, suspendiendo su trabajo, arreglándose con la mano libre, blanquísima y rechoncha, los desordenados cabellos que le coronaban la frente, y sonriendo con la boca, con los ojos parlanchines y con los dos hoyuelos de sus carrillitos sonrosados.

En aquel famoso mentidero, centro recreativo de ociosos y desocupados, se reunían a todas horas los jóvenes más guapos y los viejos más parlanchines de la budística ciudad.

Todos cuantos han tenido la desgracia de trabajar en conspiraciones burdas saben perfectamente que los despabilados y parlanchines forman a sus espaldas una guardia de hombres soeces y brutales, que sirven para dar a la idea, en la ocasión precisa, su voz estentórea, su brazo salvaje y su representación apasionadamente popular.

Medrados estamos con el paladín éste, que todavía no se ha quitado de los zapatos el barro amarillo de los breñales de Hanson y ya viene tratándonos de parlanchines. ¡Qué gente tan lista la de esta tierra, Roger! dijo Gualtero con sorna, guiñando el ojo á su amigo. ¿Cómo debemos tomar vuestras palabras, señor mío? Tomadlas por donde podáis sin quemaros, respondió Gualtero. ¡Otra agudeza!

Probablemente lo mismo que al salir de ella vosotros, contestó picado Gualtero. Sin embargo, tengo para que no se hablaba ya tanto como cuando andaban por allí muchos parlanchines.... ¡Hola! ¿Qué quiere decir eso, moderno Salomón? Averiguadlo si podéis.

Mira qué tipos. ¿Prim?, un tunante. ¿O'Donnell?, un pillo. Tiranos todos y verdugos. Olózaga, Castelar, Sagasta, Cánovas. Parlanchines todos. ¿Y ese Thiers de Francia? Otro que tal. Cuando toquen a barrer, veréis cómo queda esto... Nada, nada; aplícate a este oficio y puede que llegues a notabilidad. Ya sabes, comerás y vestirás con tu trabajo. Toma y daca... y palante.

Iba delante de un grupo de chiquillos que venían de la «Escuela Nacional», alegres, parlanchines, con sus bolsas de brin en bandolera, muy cuidadosos de sus tinteros, unas botellitas tapadas con un corcho y pendientes de un hilo que los granujas se enredaban en el índice de la mano derecha.