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Teresa abrazó á su hija, que, olvidando el peligro, estremecíase de vergüenza al verse en camisa en medio de la huerta, y se sentaba en un ribazo, apelotonándose con la preocupación del pudor, apoyando la barba en las rodillas y tirando del blanco lienzo para que le cubriera los pies.

Como todos los viejos dandys, después de tragar sus píldoras de salud, entregaba su figura a los afeites milagrosos de Guerlain, y como si se sumergiera en la fuente de Juvencio, se bañaba con precauciones en agua tibia y perfumada, dormía como los donceles de César en lecho de plumas y su medio siglo largo, necesitaba después de sus encantadas soirées, que el edredón de los sibaritas cubriera y protegiera sus miembros fatigados como los de Júpiter, después de sus transformaciones.

Dos días más tarde tuvo fuerzas para bajar sola al salón, rechazando todo apoyo, aunque la debilidad cubriera de sudor la adelgazada piel de su frente y por más que sucesivos accesos de desfallecimiento la hicieran vacilar a cada paso. Aquel mismo día se empeñó en subir en coche. La llevaron por los caminos más suaves del bosque. Hacía buen tiempo.

A pié, despedazados los trajes, roto el calzado, o desnudas y ensangrentadas las callosas plantas, casi sin ropa que mal cubriera su desnudez de día y en la noche les aliviara del frío, atados entre y alguno sujeto por los codos, venían hasta diez y seis o veinte hombres.

El golfo de Salerno era llamado golfo de Pestum por los romanos. Y esta ciudad de monumentos iguales á los de Atenas, poseedora de inmensas riquezas, se extinguía repentinamente sin que el mar se la tragase, sin que un volcán la cubriera con el sudario de sus cenizas. La fiebre, el miasma de los pantanos, había sido la lava mortal de esta Pompeya.

El «maestro Thigi» mandó entonces al del bombo que cubriera los rebuznos, en cualquier momento que se oyeran, con estruendosos golpes. Pero los rebuznos eran más fuertes que el bombo, y echaban a perder los mejores efectos de la pieza... Para acallarlos tuvo que intervenir el comisario, con amenazas y juramentos... El comisario deseaba permanecer neutral.

La primera regla que se ha de tener presente es no juzgar ni deliberar con respecto á ningun objeto miéntras el espíritu está bajo la influencia de una pasion relativa al mismo objeto. ¡Cuán ofensivo no parece un hecho, una palabra, un gesto, que acaba de irritar! «La intencion del ofensor, se dice á mismo el ofendido, no podia ser mas maligna; se ha propuesto no solo dañar sino ultrajar; los circunstantes deben de estar escandalizados; si no se tomase una pronta y completa venganza, la sonrisa burlona que asomaba á los labios de todos se convertiria irremisiblemente en profundo desprecio por quien ha tolerado que de tal modo se le cubriera de afrentosa ignominia.

En el centro las cisternas cuya cavidad subterránea es inmensa: al sur la Alcazaba, la torre y plataformas de las Prisiones, y en avanzada la altísima torre de la Vela; al norte el Palacio de verano á la derecha, una ancha calle á la izquierda, que conduce al poblado ó ciudadela, y en el centro el palacio de Cárlos V, ruina colosal y noble que occupa una pequeña parte del sitio que cubriera el Palacio de invierno de los reyes moros.

¡Por lo pronto, contestó el barón de Morel arrancándose el parche que por tanto tiempo cubriera su ojo izquierdo, creo haber cumplido mi voto dando muerte en leal combate á uno de los más pujantes y famosos caballeros enemigos! Y ahora ¡á morir matando! Lo mismo digo, asintió tranquilamente Oliver de Butrón, enarbolando pesada maza.

¡Quién decirnos pudiera hace muy poco tiempo, quién pensara que tu voz para siempre enmudeciera; que tu risa por siempre se esfumara, que tu cuerpo de tierra se cubriera! ¡Qué horroroso tormento el que junto a tu lecho hemos pasado queriendo aminorar tu sufrimiento! ¡Y éste de hoy, en que tristes, desolados, sin poderte apartar del pensamiento nos vernos, sin tu amor, abandonados!