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Quiso hablar, pero había prometido callarse. Su justificación le subía á los labios y su corazón estaba lleno de pena viendo después de dos años, adelgazada y abatida por el dolor, á la que había conocido risueña, y dichosa. Le parecía más hermosa en el dolor que en la alegría. Su cara había tomado un carácter de nobleza y de altivez en vez de su antigua expresión de discuido y de candor.

Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento. Llegó por fin al rancho, y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa.

Dos días más tarde tuvo fuerzas para bajar sola al salón, rechazando todo apoyo, aunque la debilidad cubriera de sudor la adelgazada piel de su frente y por más que sucesivos accesos de desfallecimiento la hicieran vacilar a cada paso. Aquel mismo día se empeñó en subir en coche. La llevaron por los caminos más suaves del bosque. Hacía buen tiempo.

Lo primero que se notaba en él era la gran bufanda que le envolvía el cuello subiendo en sus vueltas hasta más arriba de las orejas, y descendiendo hasta el pecho. Llevaba gorra con galón, y de la bufanda para abajo toda la ropa era de purísimo verano, y además adelgazada por el uso.

Adriana, que no había mirado a Julio una sóla vez, declaró a Laura que su casamiento no era un chisme, que se habían ya unido civilmente y que era ésta, por otra parte, la única solución que convenía. Laura se incorporó, la miró con un gesto de sorpresa; una sombra de fastidio pasó sobre su cara adelgazada por la enfermedad y que parecía, más que nunca, tallada en fino marfil.

En el pescante iban el cochero y Patón. Dentro, Novillo y Apolonio, tiesos, sin cambiar palabra, como dos fetiches llevados a extender el culto a nuevos territorios. Así transcurrió una hora; una hora prolongada, estirada, adelgazada en una hebra interminable y perezosa, como si estuviese hilada con ritmo lentísimo por las yemas de unos dedos rígidos y entumecidos: los cascabeles de las yeguas.