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Y miraba a través de mis lágrimas, aquellos arenales tan célebres, que me parecían desolados, y aquel monumento cuya mole me oprimía y causaba vértigos; pero sin darme cuenta de ello, sentía una especie de alivio en la afinidad misteriosa que había entre aquella naturaleza triste y mis propios pensamientos; en la contemplación de aquellos murallones que arrojaban su sombra melancólica sobre la tierra y el pasado.
En el centro de estos campos desolados, que se destacaban sobre la hermosa vega como una mancha de mugre en un manto regio de terciopelo verde, alzábase la barraca, ó más bien dicho, caía, con su montera de paja despanzurrada, enseñando por las aberturas que agujerearon el viento y la lluvia su carcomido costillaje de madera.
Y Mariskoff repitió, sacudiendo la ceniza de la pipa: ¡Ese es su hombre, Teodoro! ¡Mi hombre! murmuré sombríamente. ¡Era tal vez «mi hombre», sí! Mas no me seducía ir a buscar su familia, en la monotonía de una caravana, por aquellos desolados rincones de la China. Además, desde mi llegada a Pekín, no había vuelto a ver la sombra odiosa de Ti-Chin-Fú y su cometa en forma de papagayo.
Los desolados campos eran el talismán que mantenía íntimamente unidos á los huertanos, en continuo tacto de codos: un monumento que proclamaba su poder sobre los dueños; el milagro de la solidaridad de la miseria contra las leyes y la riqueza de los que son señores de las tierras sin trabajarlas ni sudar sobre sus terrones.
Lubimoff se vió atendido inmediatamente por dos graves señores de levita y corbata negras, con la cabeza descubierta: dos inspectores del Casino. ¡Desolados, príncipe! Todo lleno; hasta en los pasillos hay gente. Pero como era él, uno de los dos lo acompañó hasta el palco de los ministros de Mónaco.
Es el Adiós o la Serenata de Schubert, el preludio de la Traviata, que, surgiendo en el silencio con su acento tenue y vago, produce un efecto admirable; son, sobre todo, los tristes, los desolados bambucos colombianos, con toda la poesía de la música errante de nuestras pampas.
10 Sobre los montes levantaré lloro y lamentación, y llanto sobre las moradas del desierto; porque desolados fueron hasta no quedar quien pase, ni oyeron bramido de ganado; desde las aves del cielo y hasta las bestias de la tierra se transportaron, y se fueron. 11 Y pondré a Jerusalén en montones; en morada de dragones; y pondré las ciudades de Judá en asolamiento, que no quede morador.
Sí; lo repito, el invierno en toda su indigencia, el invierno con sus pálidos astros y sus desolados fenómenos, me promete más goces que la orgullosa profusión de los hermosos días. Me place ver la tierra despojada de su fecunda vestidura y flotando en esos horizontes brumosos como en un mar de nubes.
Sollozos desolados, desesperados, la sofocaban ahora, a cada instante; y aquellas gotas ácidas que corrían hasta su labio, aquel olor de llanto y de angustia apresuraron su pérdida.
¡Quién decirnos pudiera hace muy poco tiempo, quién pensara que tu voz para siempre enmudeciera; que tu risa por siempre se esfumara, que tu cuerpo de tierra se cubriera! ¡Qué horroroso tormento el que junto a tu lecho hemos pasado queriendo aminorar tu sufrimiento! ¡Y éste de hoy, en que tristes, desolados, sin poderte apartar del pensamiento nos vernos, sin tu amor, abandonados!
Palabra del Dia
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