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No hay amigo que lo confíe a su amigo, ni un marido que lo murmure a su compañera en el silencio y la obscuridad de la noche, ni un penitente que se atreva a decirlo a su confesor; la oración misma, que nace en el más profundo arrepentimiento y sube hacia el Cielo, lo pasa fraudulentamente en silencio. Dios tiene derecho a saberlo todo, todo, excepto esa infamia.

¡Esta es otra! repuso el comandante . ¿Qué apariencias puede haber entre nosotros? ¿No sabe usted que el que se excusa se acusa? Dígole a usted respondió la devota que no faltará quien murmure. ¿Y qué voy yo a hacer sin usted? preguntó afligido don Modesto . ¿Qué será de usted sin , sola en este mundo? El que da de comer a los pajaritos dijo solemnemente Rosa cuidará de los que en él confían.

Traté de reír, para que el general no reparase en la turbación de la Vizcondesa, que parecía herida por un rayo. Mire usted, mire usted prosiguió el general dando nuevamente libre acceso a su risa. La Vizcondesa no ríe... está desconcertada... y es que se reconoce culpable. ¡Oh! muy culpable murmuré interiormente. En aquel instante bajó Enrique, y poco después Cecilia.

Sin embargo, un instinto de picardía que poseía yo lo mismo que él, me impelió a obrar como si no comprendiera la indirecta; murmuré algo en este sentido, y me incliné otra vez sobre mis papeles. A los pocos minutos que sus suelas de madera pataleaban sobre el entarimado. Mirelo: estaba junto a la puerta, de pie. ¿Usted no saber, Chylee? No dije con fingida seriedad.

¿Cómo puedes creer semejante cosa? exclamé saltando de indignación. De veras que mi tío profesa doctrinas abominables. A esto Blanca me respondió con toda calma, que su padre era el buen sentido en persona y que había notado siempre que rara vez se equivocaba en sus apreciaciones y que por consiguiente se hallaba dispuesta a darle oídos. Pablo te quiere mucho, Juno murmuré yo casi sin voz.

No nos cuidemos del Tirabeque. Don Pedrito espera a usted. ¿Quiere usted acudir? ¿Quiere usted salvarse? murmuré con impaciencia, a tiempo que encendía otra cerilla. ¡Qué cara la de Angustias: infantil, contraída, atormentada por un dolor oscuro, apenas consciente! ¡Quiero salvarme! ¡Quiero salvarme! dijo con voz sollozante, agarrándose desesperada a mi brazo, como a tabla de salvación.

Qué cosas dices murmuré confundida. De tu alma hermana... ¿eh?... Si tu abuela te hubiera dejado leer la mitad solamente de los librotes que yo he leído, razonarías como yo, mi pobre Magdalena. Y sería una lástima respondió la de Ribert, muy descontenta esta vez. Usted, Francisca, tiene un modo de ser poco tranquilizador... No comprendo...

dos palabras importantes, mi general: «Mandarín» y «». El héroe se pasó la mano de gruesos tendones sobre la horrible cicatriz que le cruzaba la calva: «Mandarín», amigo mío, no es palabra china y nadie la entiende en este país. Es el nombre que en el siglo XVI, los navegantes de su patria, de su hermosa patria... Cuando nosotros teníamos navegantes... murmuré suspirando.

Me sentí herido, y murmuré una disculpa, que no calmó la cólera de don Juan, sino que, por lo contrario, le impacientó, porque, interrumpiendo mis excusas, agregó en tono despreciativo: ¡Bien! ¡Bien! ¡Que no se repita esto!... Me voy al juzgado. Avise usted a las muchachas que no me esperen.... Volveré entre cuatro y cinco. Ahí en mi bufete está un escrito.... ¡Cópiele usted!

Por fortuna, después que murmuré ¡zas! ¡zas! algunas docenas de veces de un modo fatídico, quedé más tranquilo y pude reflexionar.