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Limitábanlo, de una parte, las tapias de la iglesia; de otra, tres murallones revestidos de hiedra y plantas parásitas; y la puerta, fronteriza a la de entrada por el atrio, la formaba un enverjado de madera, al través del cual se veía diáfano y remoto horizonte de montañas, a la sazón color de violeta, por la hora, que era aquella en que el sol, sin calentar mucho todavía, empieza a subir hacia su zenit, y en que la naturaleza se despierta como saliendo de un baño, estremecida de frescura y frío matinal.

La parte interna y baja del vestíbulo es semicircular, y paralela á la gran semicircunferencia descrita por dos altos murallones igualmente paralelos entre que, separados por una callejuela, encierran toda la fortaleza.

Formábanlo dos anchos murallones de cartón, forrados en piel de becerro jaspeado, y en la fachada, que era también de cuero, se veía un ancho cartel con doradas letras, que decían al mundo y á la posteridad el nombre y significación de aquel gran monumento. Por dentro era un laberinto tan maravilloso, que ni el mismo de Creta se le igualara.

Olvidando sus acostumbradas correrías por montes y riscos, la sacaba todas las tardes, sin faltar una, a dar paseítos higiénicos, que crecían gradualmente; y Nucha, apoyada en su brazo, recorría el valle en que los Pazos de Ulloa se esconden, sentándose en los murallones y en los ribazos al sentirse muy fatigada.

Ya se orillan espléndidas terrazas cubiertas de jardines, desde las cuales se tiene un golpe de vista encantador; ya se vaga bajo las espesas alamedas, en un terreno desigual y exuberante de vegetacion, pasando al lado de formidables murallones invadidos por el bosque, de fuentes arruinadas y escombros destrozados, que yacen en la espesura de los tilos, las encinas, etc., como restos de un inmenso cadáver de mármol y piedra.

Aparte del admirable escombro del Alcázar, son interesantes en Toledo: algunas de sus puertas monumentales, que dan acceso á la ciudad por caminos en caracol, sostenidos por estupendos murallones; el magnífico puente de Alcántara, de un solo arco y todo de granito; y el colegio militar, edificio que fué convento y en cuya fachada, capilla, claustros y escalera monumental puede admirar el viajero una multitud de objetos de arte muy interesantes.

Después, en la lejanía de un campo, junto a unos murallones de ladrillo, se alza un tablado, encima del cual, destacando sobre el cielo, se ven cuatro hombres que sientan a otro por fuerza en un banquillo, tras el cual, a manera de respaldo, hay un madero tieso... ¡Qué horrible pesadilla!

Sobre el río salvaje, encajonado en los lúgubres murallones de bosque, desierto del más remoto ¡ay!, los dos hombres, sumergidos hasta la rodilla, derivaban girando sobre mismos, detenidos un momento inmóviles ante un remolino, siguiendo de nuevo, sosteniéndose apenas sobre las tacuaras casi sueltas que se escapaban de sus pies, en una noche de tinta que no alcanzaban a romper sus ojos desesperados.

¡Y era de oír cómo se hablaba entre aquellas gentes de canalizar, de fecundizar, de obras de fábrica, del curso del río, de empalizadas, murallones y otras magnitudes por el estilo, ni más ni menos que si trataran de dar nuevo cauce al Amazonas, o de poner un dique a los furores del Atlántico, cuando, en rigor, todo estaba reducido a retorcer el cauce del regato, junto a la villa, en un trayecto de cuarenta varas, de dos de anchura por otras tantas de profundidad!

El extranjero, al volver cada recodo, se hace la ilusion de que le espera una celada morisca en alguna de las mil encrucijadas que se complican y enlazan en la mas enredada trabazon. Donde quiera empedrados atroces, murallones irregulares, repechos, ángulos y curvas indescriptibles que desafían al mas hábil matemático por su ausencia de figuras determinadas.