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Nada nos agradó tanto en esas horas de banquete ó mesa comun como el gracioso tipo de las mujeres que servian, pues en Interlaken el servicio de la mesa es femenino y esta proscrita la peste de los garçons vestidos de baile, tiesos y ceremoniosos como dandys de cocina.

Dos ó tres mas cuidadosos de sus personas traían paraguas abiertos; otros dos bajaban armados de grandes anteojos de larga vista, y los demas, completamente dandys, empuñaban flexibles bastoncitos fashionables, con las manos finamente cubiertas con guantes amarillos de cabritilla.

Es curioso ver el contraste que forman allí los acicalados dandys ingleses con los paisanos berneses, y los vestidos encantadores de las hijas del país, llenos de gracia, candor y originalidad, con los ampulosos y espléndidos trajes de seda ó de ricos linones que arrastran allí las leonas de Lóndres y Paris, barriendo el suelo con sus colas pontificales, y ofreciendo al viento de los nevados solitarios materia para trabajar con brio en las monumentales crinolinas.

No hagáis ostentación en vuestra novela prosiguió la marquesa de frases y palabras extranjeras de que no tenemos necesidad. Si no sabéis vuestra lengua, ahí está el diccionario. Bien dicho repitió Rafael ; no daremos cuartel a las esbeltas, a las notabilidades ni a los dandys; perversos intrusos, parásitos venenosos y peligrosos emisarios de la revolución.

Los dandys de Broadway no les ceden en nada a los de Hyde Park Corner... Pero de pronto pasa un pantalón al tobillo, a cuadros habana, con un jacquet invisible, a manera de cornisa, que os arroja en la más profunda desolación. En general, los hombres parecen de viaje, camino de la estación, con cierto temor vago de perder el tren.

Su cara era de facciones duras y prematuramente curtida, mientras el corte de su traje era de ese tipo marcado de «confección» hecha en la sastrería-emporio de las ciudades provincianas. El sombrero duro de fieltro lo tenía un poco inclinado a un lado, como acostumbran llevarlo en sus paseos de domingo los dandys de barrio y los mozos campesinos.

La tal muchacha, con sus 14 años, su carita rosada y sus piernas gruesas y bien torneadas, era algo apetitoso y tentador y hacía la desesperación de los dandys del barrio, que no perdían ocasión de verla pasearse en la vereda con sus coquetos vestiditos rosa, sus delantales negros guarnecidos de trencilla punzó con pliegues de pestaña, haciendo cantar sus zuequitos escotados, y moviendo al son de esa música su cuerpo flexible y airoso.

Corrillos de periodistas y diputados, de financistas y de dandys, de extranjeros curiosos y de provincianos muy currutacos, hormiguean allí, en alegre confusion con las damas elegantes, todos en incesante vaiven, rozándose sin ceremonia, aspirando con libertad y espíritu expansivo el aire del campo.

La desproporción entre las estaturas de uno y otro, y entre el conjunto de su apariencia personal, mortificaba tanto al pobre chico, que hacía esfuerzos imposibles y a veces ridículos para amenguar aquella falta de armonía. Encargábase calzado con tacones altos, y se esmeraba en vestir bien y en atender a ciertos perfiles de que sólo se ocupan los dandys.

A la salida, repetición del desfile: junto a la pila se situaron tres o cuatro de los que ya no se llamaban dandys ni todavía gomosos, sino pollos y gallos, haciendo ademán de humedecer los dedos en agua bendita, y tendiéndolos bien enjutos a las damiselas para conseguir un fugaz contacto de guantes vigilado por el ojo avizor de las mamás.