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En la esquina de la calle unos albañiles estaban aserrando piedras con estridente ruido. Todo vivía y se agitaba en sus necesidades o sus placeres acostumbrados como si la señorita de Boivic no estuviese, allí cerca, clavada entre cuatro tablas bajo el inmaculado sudario de las vírgenes.

Enteramente cubiertos de nieve que hace estallar la armazón, confúndense los techos con los cercanos campos nevados. Ligera y azul humareda es la única señal de que viven y trabajan hombres bajo el sudario blanco. Algunas tapias, un campanario resaltan en la monotonía del fondo.

Cuando el padre, comandante de los voluntarios republicanos, dijo adiós al hijo confiándole la bandera, en unos versos que terminan así: Lleva la palma en la mano Mientras la patria en ofrenda Te da este sudario en prenda... y corriendo hacia la concha del apuntador y mudando la voz llorona en un vocejón estentóreo, gritó cerrando de puños: ¡Viva el pueblo soberano!

¡Qué triste y silencioso estaba el edificio, que en el día rebosa de animación y de gente! Las puertas cerradas, las bombas de gas apagadas, las banderas, con que se engalanara la víspera, enrolladas al asta por el viento, todo envuelto en la niebla, como en un sudario.

Pero cuando la noche tendía su sudario sobre ese lugar como sobre todas las cosas, y se agregaba el místico viento murmurando su melodía, entonces, ¡oh, entonces se despertaba siempre en el terror por ese lago solitario!

Un libro que nadie puede leer dos veces en la vida, pero que realmente existe y a él le estaba negado. Su alma debía ser un muerto que tuviese por sudario una sotana. Las doctrinas de los que le educaron lo ordenaban así. Por cima del decálogo casi divino que debía practicar, los hombres habían escrito este mandato: «No te amarán

Recordó que la Iglesia festejaba anticipadamente la Resurrección y que el cuerpo de Jesús había permanecido en el sepulcro hasta la mañana siguiente, y con aquella idea, al levantar los ojos al cielo, parecíale aspirar los aromas del divino sudario y como una sagrada frescura que bajara de las estrellas.

En cambio cuando estaba afligido, que era lo más frecuente, las cosas más bellas se afeaban volviéndose negras, y se cubrían de un velo... parecíale más propio decir de un sudario. Aquel día estaba el hombre de buenas, y la excitación de la dicha hacíale más niño y más poeta que otras veces.

Prestó a la muerta este servicio piadoso y terrible, y después de contemplarla un instante con muda y dolorosa mirada, cubrió con la sábana a guisa de sudario aquel hermoso rostro helado por el soplo de la muerte. Y entonces los tres, arrodillados y llorosos, oraron en la tierra por la que en el mismo instante también oraba por ellos en el Cielo.

Las umbrías bajo las cuales veo, en mis ensueños, los más traviesos pájaros cantores, son labios; y toda la melodía de tu voz no es hecha sino por palabras creadas por tus labios. De tus ojos, engastados en el santuario celeste de tu corazón, caen las miradas desoladas ahora, ¡oh Dios!, sobre mi espíritu fúnebre, como la luz de una estrella sobre un sudario. ¡Tu corazón, tu corazón!