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Además, la esperanza, que jamás nos abandona, hacíale columbrar la posibilidad confusa de algo extraordinario que iba a presentarse a su hora para arrancarlo de tal situación. Pero mientras esto llegaba, ¡cuán abrumadora la soledad!... Pep y los suyos constituían su única familia; pero sin darse cuenta de ello, obedeciendo tal vez a un confuso instinto, se alejaban cada vez más de él.

No la arredraban ciertos despegos, ciertas durezas inexplicables de Miranda; servíale piadosa y filialmente, hablábale con dulzura, hacíale ella misma los remedios y le vendaba el pie lastimado, con la devoción con que vestiría a una santa imagen. Era feliz y hasta se conmovía, cuando él hallaba bien colocado el apósito. Al fin Miranda pudo andar sin riesgo.

Esta última reflexión hacíale estremecer por momentos y le llenaba de miedo sobrehumano; pero, a veces, una voz interior y complaciente le susurraba que su Divina Majestad había querido traerle a la ciudad justiciera para que viese desecar con el fuego su antigua charca de lujuria.

¡Cosa más singularr!... Y mirando a Jacobo a lo lejos, aumentóse su curiosidad al ver que aparecía Butrón por detrás de la cortina del palco del Veloz, hacíale una seña y llevábaselo consigo, siguiéndoles a los dos, sin que ninguno le llamase, el cínico Diógenes... Al terminar el acto, Butrón, triunfante y satisfecho, entraba otra vez con Jacobo en el palco de Currita, y empujándole hacia la dama con aire de papá bonachón que satisface un capricho de la niña, cogió con una de las suyas las dos manos que ella y él se estrechaban al saludarse, murmurando, con sentenciosa indulgencia, aquellas palabras de Shakespeare: Old, old history!...

La expansión, dulcemente truhanesca, que le llamaba con los vulgares nombres de petit coco ó mon gros cheri, hacíale sonreír juvenilmente bajo su barba venerable. Era una pasión que alegraba el ocaso de su vida, que resucitaba su alma casi en las puertas de la vejez.

Y, es claro, cuando sentía a éste detrás de , le daba comezón en los cascos, y no le faltaba razón para ello. ¡Ese granujilla de Tistet hacíale unas jugarretas tan feas! ¡Eran tan crueles sus invenciones después de beber!... ¿A que no imaginan ustedes lo que se le ocurrió cierto día? ¡Hacerla subir con él al campanil de la escolanía, allá arriba, arribota, a lo más alto de palacio!

Pero, por debajo de su enhiesta arrogancia, su instinto rastrero hacíale meditar en el poder del Soberano, en aquel poder irresistible, absoluto, que, a la vez que dispensaba los más grandes honores, podía suprimir la existencia más bizarra con un trazo de péñola.

Estos manejos, a falta de otros, causábanle una turbación que la entretenía; la emoción del peligro, que agitaba sus nervios, hacíale creer en una pasión. En una palabra, la desgraciada y noble Juana se hallaba en vísperas de la caída más vulgar, cuando un tercer personaje intervino en el escenario.

Su imaginación, debilitada por el sufrimiento, hacíale creer que había sido un sueño, una quimera; llegó a dudar de lo que había visto y oído.

Sobre la verja se inclinaba añoso olivo, donde nidaban mil gorriones alborotadores, que a veces azotaban y sacudían el ramaje con su voleteo apresurado; y hacíale frente una enorme mata de hortensia, mustia y doblegada por las lluvias de la estación, graciosamente enfermiza, con sus mazorcas de desmayadas flores azules y amarillentas.