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Y cuando los he visto abrazarse, con ojos risueños, y llorosos, entonces he llorado yo también. Su Gracia la Marquesita Florencia Albizzoni Vivaldi no existe ya...» Y el juez Ferpierre, deteniéndose, pues el manuscrito se interrumpía de nuevo, reconstruía con la imaginación lo que la narradora había callado.

Ambas quedaron fuertemente sorprendidas al hallarla con los ojos enrojecidos por el llanto. ¡Quién diría, hermosa, al verte con los ojos llorosos, que ha caído sobre ti la bendición de Dios! exclamó la tía Brígida poniéndole cara halagüeña. Todos los vecinos estamos alegres más que las pascuas, al ver cómo la fortuna te ha entrado por las puertas.

El general cogió a su nieto, alzándolo hasta , le dio no un beso sino un abrazo, como si fuese un hombre, y salió del cuarto juntamente enternecido y pesaroso. ¿Qué tiene usted? le preguntó su hijo al verle entrar en el despacho con los ojos llorosos. Tengo... tengo que me has salido liberal y, a pesar de los pesares... tu chico me ha salido socialista.

Pero estas negligencias se repetían tan á menudo, servían tan poco ya las miradas, que le fué preciso al marido recurrir á los pellizcos y á los pisotones; y ya la señora, que á duras penas había podido hacerse superior hasta entonces á las persecuciones de su esposo, tenía la faz encendida y los ojos llorosos.

La tierra rojiza de los campos obscurecíase bajo el continuo chaparrón; los caminos hondos y tortuosos, entre las tapias y setos de los huertos, convertíanse en barrancos; paralizábase la vida laboriosa del cultivo y los pobres naranjos, tristes y llorosos, encogíanse bajo el diluvio, como protestando de aquel cambio brusco en el país del sol. El río crecía.

Detrás venía la Niña avergonzada, sumisa, con las mejillas inflamadas y los ojos llorosos. Sentose otra vez a la mesa y, sin osar levantar los ojos a su hermana mayor, que la miraba aún con cierta dureza, tomó humildemente las cartas y se puso a jugar.

María de la Luz, para animarle, sacaba del fondo de un armario alguna botella de las que se dejaban los señoritos cuando iban a la viña, y el capataz miraba con ojos llorosos el líquido dorado de la copa. Pero al llenar ésta por tercera o cuarta vez, su tristeza tomaba un acento de dulce resignación: ¡Lo que somos! Hoy ... mañana yo.

Los hombres, pálidos y de mal humor; los niños, abandonados y llorosos; los criados, atravesando con angulosos pasos la cámara, para llevar a los pacientes , café y otros remedios imaginarios, mientras que el buque, rey y señor de las aguas, sin cuidarse de los males que ocasionaba, luchaba a brazo partido con las olas, dominándolas cuando le oponían resistencia, y persiguiéndolas de cerca cuando cedían.

Nos quedaríamos llorosos, abatidos, malhumorados, echando de menos a la pobre huérfana, cuya hermosa y modesta juventud había sido para nuestra pobre casa, siempre triste y sombría, como un rayo de sol.

Me pasa que me has engañado, que me prometiste hacerme servir á las órdenes de uno de los más grandes capitanes del reino y en su lugar buscas para capitán de la Guardia Blanca á ese alfeñique vestido de terciopelo, con sus ojillos llorosos y que por lo flaco y desmedrado parece no haber comido en tres días.... ¡Hola, con que ahí es donde te duele!