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Parecía una queja. El sonido se expandió, muy dulcemente, y cada vibración, resbalando del campanario, iba a besar la superficie del agua tranquila. ¡Es como si lo estuviera viendo! exclamó Lucía. Adriana, después de escuchar algo que Charito le dijo en voz baja, se acercó a Julio: Nosotras iremos mañana a Nueva Pompeya para la primera misa. ¿Como a las siete, entonces?

respondió este , es una Ondina de agua de rosa, a quien si el amor no dio un alma, en cambio se la dio un ángel . ¿Y ese general que está jugando y que tiene un aspecto tan distinguido? Es el Néstor retirado del Ejército. No tenéis en Pompeya una antigüedad mejor conservada. ¿Y la señora con quien juega?

amas a esa mujer, la echas de menos, la escribes, ansias el momento de volver a verla, y todas las horas de mi vida son otros tantos robos que cometo... Durante dos días, su mal pareció agravarse en aquella habitación del hotel y todos creyeron que moriría sobre las ruinas de Pompeya. No obstante, pudo levantarse en la primera semana de abril.

El buen señor, aunque había leido mucho sobre los antiguos, por falta de museos en Filipinas jamás había visto nada de aquellos tiempos. Traigo además, costosísimos pendientes de damas romanas encontrados en la quinta de Annio Mucio Papilino en Pompeya... Cpn. Basilio sacudía la cabeza dando á entender que estaba al corriente y que tenía prisa por ver tantas preciosas reliquias.

¡Era, , el Emperador mismo! ¡Parecía su estatua vaciada en bronce y roída por los siglos, como las que aparecen entre las cenizas de Pompeya! No infundía asco ni fúnebre pavor, sino veneración y respeto.

Al fin el arriero le dice: «Vea ahí... abajo..., entre los pastos...» Y, en efecto: fijando la vista en el suelo, y a corta distancia, vense asomar una, dos, tres, diez cruces seguidas de cúpulas y torres de los muchos templos que decoran esta Pompeya de la España de la Edad Media.

La puerta se asemejaba á un portillo de escape; toda la vida estaba vuelta hacia el interior, afluyendo las riquezas y magnificencias al patio central, adornado con piscinas, estatuas y arriates de flores. El mármol era raro. Las columnas, construídas con ladrillos, estaban cubiertas de un estuco que ofrecía su superficie á la pintura. Pompeya había sido una ciudad policroma.

Varias veces habló la gruesa señora en un idioma que llegaba á Ferragut confusamente, y que no era el inglés. Y apenas terminada la comida desaparecieron, lo mismo que en la calle de Pompeya: la mayor imponiendo su voluntad á la otra. Volvieron á encontrarse á la mañana siguiente en la estación de Salerno, dentro de un vagón de primera clase. Iban, sin duda, con el mismo destino.

Dijo esto en español, un español suave, de tono cantante, aprendido en América, al que comunicaba cierto atractivo infantil su acento extranjero. Luego añadió con coquetería: Le conozco, capitán. ¡Siempre el mismo!... Lo de la rosa de Pompeya estuvo muy bien... Fué digno de usted.

Durante dos horas pudo creerse un vecino de la antigua Pompeya que había quedado solo en la ciudad en un día de fiesta dedicado á las divinidades campestres. Su mirada iba hasta el último extremo de las rectas calles, sin tropezar con personas ni cosas que le recordasen los tiempos modernos. Pompeya le pareció más pequeña en esta soledad.