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Ante los designios de la Naturaleza, de la Humanidad, del gran Todo, ¿qué puede el hombre? ¡El hombre! esa hormiga, menos aún, esa pulga... todavía mucho menos. Ese coquito... menos aún, ese... ¡puñales! agregó Torquemada con sarcasmo horrible, remedando la voz de la sibila y enarbolando después el puño cerrado.

Absorto en sus recuerdos, sorprendióle la repentina aparición de un hombre vestido como los campesinos del país, alto y vigoroso, que le interceptó el paso enarbolando largo y nudoso bastón. ¡Ni un paso más! gritó el desconocido. ¿Quién eres que así te atreves á poner el pie en este bosque? ¿Qué buscas y á dónde vas?

Ha navegado hasta la vieja Europa Enarbolando el argentino sol, Y en su crucero, al pabellon de Iberia Con sus rayos ardientes eclipsó: Y al divisarse sus velas De Cádiz en la ciudad, Decían los gaditanos: «Allí viene la «Libertad!» Y flotaba el pendon Americano Desafiando las balas del tirano.

Pedra se sentó, dando los buenos días, y la otra quedose en pie, sin alzar del suelo más que la cabeza de Almudena, en cuyos hombros dio fuertes palmetazos. «Tati quieta le dijo este enarbolando el palo. Cuidado con él, que es malo y traicionero... indicó la otra. Jai... ¿verdad que eres malo y pegar ? Yo ero beno; mala, b'rracha. No lo digas, que se escandalizará la señora anciana.

Según esta, susurrábase que cierto personaje de gran importancia, retirado algún tiempo de la política, volvía de nuevo a la arena del combate, seguido de numerosa mesnada y enarbolando en su robusta mano, con honrada independencia, la bandera de Alfonso XII.

Y enarbolando la caña empezó á repartir sonoros golpes: al uno por el pellizco y al otro por «impropiedad de lenguaje», como decía bufando don Joaquín sin parar en sus cañazos.

El último dia de Junio, el oficial de milicias Francisco Fernandez Vinoni, con alguna tropa, el presidio y varios reos de Estado, proclamaba á Fernando VII, enarbolando en el castillo de San Felipe de Puerto-Cabello una bandera roja, y despues de algunas intimaciones infructuosas rompia el fuego de su artilleria contra la plaza.

No se le acerca sino el juez que ha de mandarle a presidio.... Es singular el rigor con que condenáis vuestra propia obra añadió con vehemencia, enarbolando el palo en cuya punta tenía su sombrero . Estáis viendo delante de vosotros, al pie mismo de vuestras cómodas casas, a una multitud de seres abandonados, faltos de todo lo que es necesario a la niñez, desde los padres hasta los juguetes... les estáis viendo, ... nunca se os ocurre infundirles un poco de dignidad, haciéndoles saber que son seres humanos, dándoles las ideas de que carecen; no se os ocurre ennoblecerles, haciéndoles pasar del bestial trabajo mecánico al trabajo de la inteligencia; les veis viviendo en habitaciones inmundas, mal alimentados, perfeccionándose cada día en su salvaje rusticidad, y no se os ocurre extender un poco hasta ellos las comodidades de que estáis rodeados.... ¡Toda la energía la guardáis luego para declamar contra los homicidios, los robos y el suicidio, sin reparar que sostenéis escuela permanente de estos tres crímenes!

No es fácil decir el contento y júbilo que de esta resolución recibieron los indios, rebosándoles á los ojos la alegría del corazón en tiernas lágrimas de consuelo que derramaban, y festejando con ademanes y ceremonias propias suyas aquella determinación; y por estar tan flacos que apenas se podían tener en pie por el reciente contagio, pusieron luego por obra lo que habían prometido, y el último día del año escogieron sitio para fabricar iglesia, donde enarbolando una gran cruz y estando todos arrodillados en tierra, entonó el Padre las letanías de Nuestra Señora, consagrando de esta manera aquella provincia que había de ser tan fiel á Dios Nuestro Señor y tan devota de su Santísima Madre.

Ahora mismo me apercibía yo a describir la Rúa Ruera, de la muy ilustre y veterana ciudad de Pilares, en donde vivía Belarmino Pinto, llamado también monxú Codorniú, zapatero y filósofo bilateral, cuando, al pronto, en el umbral u orilla de mi conciencia, se yergue el espectro de don Amaranto de Fraile, enarbolando un tenedor de peltre, que a se me ha figurado tridente de Caronte, ese Neptuno del mar de la eternidad.