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Don Pompeyo, que daba diente con diente, de frío con fiebre, se detuvo en lo más alto de la calle de la Rúa para contemplar aquella muchedumbre apiñada a los pies de la torre, en tan estrecho recinto, cuando podía extenderse a sus anchas por toda la plazuela. «Ya sabía lo que era.

Es inmensa el área linguística en que el radical rua, dua, tiene el mismo significado: en Europa, en Asia, en Oceanía, cientos de lenguas emplean ese radical para expresar la misma cifra. Al reflexionar sobre la palabra que nos ocupa se nos presentan al espíritu palabras de análogo sonido, cuyo significado participa también de la analogía de la forma, encerrando siempre una idea de dualidad.

Y ahora se me representa en el recuerdo la imagen de Belarmino, zapatero filósofo, que vivía también en Rúa Ruera, tipo casi fabuloso, al cual pertenece precisamente la anterior teoría sobre las palabras: «La mesa, decía, se llama mesa porque nos da la gana; lo mismo podía llamarse silla; y porque nos da la gana llamamos a la mesa y a la silla del mismo modo cuando las llamamos muebles; pero lo mismo podían llamarse casas; y porque nos da la gana llamamos a los muebles y a las casas del mismo modo cuando los llamamos cosas.

Y es que el erudito se figura que los libros no cumplen una misión social de amenización y perfeccionamiento del espíritu, sino que existen sólo para que él tome notas. Y el pintor se figura que las cosas y los seres carecen de finalidad propia y utilidad colectiva, y que existen nada más para que él tome apuntes. A todo esto, Lirio se ocupaba en dibujar la Rúa Ruera.

No me he hecho nada se dijo . Al pasar por cerca de la fuente de la plaza tiró el resto de la cuerda al agua. Luego, deprisa, se dirigió por la calle de la Rua. Iba marchando volviéndose para mirar atrás, cuando vió a la luz de un farol que oscilaba colgando de una cuerda dos hombres armados con fusiles, cuyas bayonetas brillaban de un modo siniestro. Estos hombres sin duda le seguían.

Aquella tarde sacaron a pasear a don Quijote, no armado, sino de rúa, vestido un balandrán de paño leonado, que pudiera hacer sudar en aquel tiempo al mismo yelo. Ordenaron con sus criados que entretuviesen a Sancho de modo que no le dejasen salir de casa. Iba don Quijote, no sobre Rocinante, sino sobre un gran macho de paso llano, y muy bien aderezado. Pusiéronle el balandrán, y en las espaldas, sin que lo viese, le cosieron un pargamino, donde le escribieron con letras grandes:

Era, por prestigio o metamorfosis, la encarnación humana de aquella ictérica casuca de la Rúa Ruera, en donde el pintor Lirio calculaba que no podía por menos de vivir un prestamista.

Martín pasó por el puente del Azucarero contemplando el agua verdosa del río. Al llegar a la plazoleta donde comienza la Rua Mayor del pueblo viejo, Martín se detuvo frente al palacio del duque de Granada, convertido en cárcel, a contemplar una fuente con un león tenante en medio, en cuyas garras sujeta un escudo de Navarra. Estaba allí parado, cuando vió que se le acercaba el extranjero.

Con todo esto, el portal de Belarmino estaba tan concurrido como la escuela de un filósofo de la antigüedad. Después de escuchar sus incógnitas enseñanzas, éstos, reventando de risa; aquéllos, hostigados por la comezón de averiguar una charada dificultosa, salían a la Rúa Ruera, movían airadas trifulcas, polemizaban y casi se iban a las manos.

Luego negarán que existe una Némesis que traba y destruye las intenciones de los hombres. Yo escribiría este drama. Pero el señor Novillo es amigo y podría disgustarseEscribiría aquel drama y otra porción de dramas tomados de la realidad. Y la realidad de Apolonio, por entonces, no traspasaba los límites de la Rúa Ruera.