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Ha navegado hasta la vieja Europa Enarbolando el argentino sol, Y en su crucero, al pabellon de Iberia Con sus rayos ardientes eclipsó: Y al divisarse sus velas De Cádiz en la ciudad, Decían los gaditanos: «Allí viene la «Libertad!» Y flotaba el pendon Americano Desafiando las balas del tirano.

El café de Apolo, donde nos establecimos en Cádiz durante algunas horas, en dos noches, nos procuró el medio de hacer curiosas observaciones en cuanto á las costumbres políticas de los gaditanos.

Los bar-rooms estaban llenos; no se oía más que la voz ronca y gutural de los negros de Jamaica, la eterna blasfemia del marinero inglés y el hablar soez de algunos gaditanos. Salían y en la primera mesa arrojaban una moneda, luego otra y, una vez exhaustos, la emprendían con el vecino, las navajas relucían y sólo con esfuerzo era posible separarlos.

Dos monjas jóvenes y no mal parecidas, que al lado de la otra estaban con la cabeza alzada hacia nosotros, sonrieron cortésmente. Lo de siempre, dos deditos contestó una de ojos negros y vivos, con acento andaluz cerrado y mostrando una fila primorosa de dientes. ¡Qué poco! ¡Anda! ¿Quiere usted que criemos boquerones en el estómago, como la madre? ¡Boquerones! Boquerones gaditanos.

Ese traje dijo fray Pedro Advíncula con sorna indica que milord se prepara a ello con dolorosas penitencias... Veo que ahora usted se las arregla usted por mismo, y que no necesita amigos. Sr. Advíncula, ya no los necesito. ¿Sabe usted que mañana me marcho? ¿? ¿Para dónde? Para Malta. Nada tengo que hacer en Cádiz. Vayan al diablo los gaditanos. Me alegro. La señora se defiende bien.

Allí ni un instante de reposo, allí ni siquiera noticias de Cádiz, allí ni la compañía de lord Gray, ni cartas de Amaranta, ni mimos de doña Flora, ni amenazas de D. Pedro del Congosto. Dentro de Cádiz, el sitio era una broma y los gaditanos se reían de las bombas.

Puerto-Real, situado en la costa continental, en el fondo de la bahía, es una bonita poblacion de 5,000 almas. Aquel es el lugar de paseo y descanso para los ricos gaditanos, muchos de ellos poseedores de casas y quintas de recreo en ese punto de la costa española. «Puerto-Santa-María» es mucho mas considerable.

Recibía algunas esquelas de la condesa suplicándome que pasase a verla, y yo me desesperaba no pudiendo acudir. Al fin logré una licencia a principios de Marzo y corrí a Cádiz. Lord Gray y yo atravesamos la Cortadura precisamente el día del furioso temporal que por muchos años dejó memoria en los gaditanos de aquel tiempo.