United States or Hungary ? Vote for the TOP Country of the Week !


No hay cansancio; parece increíble que esas mujeres lleven diez horas de un rudo trabajo. La bamboula las ha transfigurado. Gritan, gruñen, se estremecen, y por momentos se cree que esas fieras van a tomarse a mordiscos. Es la bacanal más bestial que es posible idear, porque falta aquel elemento que purificaba hasta las más inmundas orgías de las fiestas griegas: la belleza...

Altísimo era el concepto en que tenía él la sagrada dignidad de su persona. ¿Cómo sufrir, pues, el oprobio de caer vivo entre las manos inmundas de aquel vil populacho? Inevitable era la muerte y convenía aceptarla con valor y recibirla cuanto antes. Los clamores de la turba, que oía cerca de , se diría que le excitaban a tomar la tremenda resolución.

La misma Pitusa me era odiosa, como las palabras inmundas... Un día dije vuelvo, y no volví más... Lo que decía Villalonga: cortar por lo sano... Yo tenía algo en mi conciencia, un hilito que me tiraba hacia allá... Lo corté... Fortunata me persiguió; tuve que jugar al escondite. Ella por aquí, yo por allá... Yo me escurría como una anguila. No me cogía, no.

No fue posible arrancarla una sola palabra; y cuando el religioso que la acompañaba señaló la cruz verde cubierta por el velo sombrío, ella volvió su rostro alargando el brazo derecho con un gesto de abominación. Entonces espantoso bramido, semejante a la explosión de una mina, estalló a la vez en todo el Zocodover. Oíanse vociferaciones brutales e inmundas.

Como si un soplo hubiera animado el barro y formado con él cuerpos de mujeres, brotaron del suelo en un instante centenares de negras, mulatas, cuarteronas lívidas, descalzas en su mayor parte, ebrias, inmundas, que a su vez, atraídas por la fascinación del juego, se agolpaban alrededor de las mesas, rechinaban los dientes cuando perdían y saltaban a los marineros tambaleantes, pidiéndoles, en un idioma que no era inglés ni francés, ni español, ni nada conocido, una de esas monedas de a real que los americanos llaman a dime.

No hay cansancio; parece increíble que esas mujeres lleven diez horas de un rudo trabajo. La bamboula las ha transfigurado. Gritan, gruñen, se estremecen y por momentos se cree que esas fieras van a tomarse a mordiscos. Es la bacanal más bestial que es posible idear, porque falta aquel elemento que purificaba hasta las más inmundas orgías de las fiestas griegas: la belleza.

A ese clero que condena a la tisis del hambre a dignos comerciantes, a padres de familia; a ese clero que dispersa los hogares y hunde en alcantarillas inmundas, mal llamadas celdas, a las vírgenes del Señor, y que entiende que las entrega a Jesús entregándolas a la muerte.

El arzobispo don Bartolomé María de las Heras no había gozado de esas mojigangas; y el primer año, que fué el de 1807, en que asistió a la procesión hizo, a media calle, detener las andas, ordenando que se retirase aquella mujer escandalosa que, sin respeto a la santidad del día, osaba pronunciar palabrotas inmundas. ¿Creerán ustedes que el pueblo se arremolinó para impedirlo?

En la de Julio César se contiene todo esto: «A don Francisco Zapata conde de Barajas, Asistente vigilantísimo de esta Ciudad, mayordomo del rey, y amante muy equitativo de la justicia, por haber limpiado esta antigua y abandonada laguna de las aguas inmundas de toda la ciudad, convirtiéndola en un paseo muy extenso, sembrado de frondosos árboles y regados con fuentes perennes, dando así á los ciudadanos un cielo más saludable y un viento más fresco en los ardores del estío; y por haber restituído á su antiguo origen el arroyo de las aguas del Arzobispo, interrumpido por la antigüedad y abandonado, trayendo sus aguas á varias calles de la Ciudad para grande consuelo del pueblo sediento: por haber trasladado aquí las columnas de Hércules, con un trabajo comparable á los del mismo Hércules: por haber hermoseado la Ciudad con puertas magníficamente fabricadas y por haberla gobernado con suma humanidad, el Senado y Pueblo de Sevilla le consagran este monumento en testimonio de su amor y gratitud, en el año 1598

Calló un instante don Ramón para tomar aliento y recrearse en el eco de su elocuencia, pero al instante prosiguió, mirando a Fermín fijamente, como si éste fuese un enemigo difícil de convencer: Por desgracia, muchas gentes creen paladear el vino de Jerez cuando beben inmundas sofisticaciones. En Londres, bajo el nombre de Jerez, se venden líquidos heterogéneos.