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Quiso incorporarse, exhalando un gran suspiro, y lo hizo, ayudado por la persona que había entrado y no era otra sino Primitivo; pero apenas estuvo en pie, un atroz dolor en las articulaciones, una sensación de mazazo en el cráneo le echaron a tierra nuevamente. Desmayóse. Abajo, Máximo Juncal se lavaba las manos en la palangana de peltre sostenida por Sabel.

Su corazón es tan entero como el tuyo ó el mío; lo que hay es que tiene en su mollera mucho más de lo que tendrás nunca debajo de ese puchero de peltre que te cubre el cráneo y por consiguiente ve más allá y siente más hondo que nosotros, y se afecta con lo que no puede afectarnos.

¡Recuerdo, recuerdo...! exclamo; pero ya la sombra del excelente don Amaranto se ha desvanecido, al hombro el tenedor de peltre, emblema del ascetismo de las casas de huéspedes. ; recuerdo que.... En rigor, ¿qué importa describir o pintar? ¿Qué importa obtener una visión de dos o de tres dimensiones?

Como para renovarlo, entreoyó detrás de rumor de pisadas cautelosas, y al volverse vio a Sabel, que le presentaba con una mano platillo y jícara, con la otra, en plato de peltre, un púlpito de agua fresca y una servilleta gorda muy doblada encima.

En el centro de cada mesa depositaba el sirviente un monumento de pan ordinario, y delante de cada persona, vieja ó jóven, masculina ó femenina, un enorme jarro de peltre con su tapa adherida, lleno de cerveza, el licor nacional, no obstante la abundancia de vinos en el sur, el centro y el occidente de Alemania.

Ahora mismo me apercibía yo a describir la Rúa Ruera, de la muy ilustre y veterana ciudad de Pilares, en donde vivía Belarmino Pinto, llamado también monxú Codorniú, zapatero y filósofo bilateral, cuando, al pronto, en el umbral u orilla de mi conciencia, se yergue el espectro de don Amaranto de Fraile, enarbolando un tenedor de peltre, que a se me ha figurado tridente de Caronte, ese Neptuno del mar de la eternidad.

Apartó la muchacha el botín a un lado, y fue colocando platos de peltre, cubiertos de antigua y maciza plata, un mollete enorme en el centro de la mesa y un jarro de vino proporcionado al pan; luego se dio prisa a revolver y destapar tarteras, y tomó del vasar una sopera magna. De nuevo la increpó airadamente el marqués. ¿Y los perros, vamos a ver? ¿Y los perros?

Tapón se echó a llorar acongojado, empujó por la izquierda el libro de texto, alejó de por la derecha la caja de compases, y apoyando la cabeza en ambas manos, quedóse absorto, a través de sus lágrimas, en la contemplación del tintero de peltre que tenía delante.

Y en la mesa, como prueba de que la antigua hospitalidad no había muerto, un gran jarro de peltre en el fondo del cual el curioso podría haber visto la espuma de la cerveza bebida recientemente. Colgaba en la pared una hilera de retratos que representaban los antepasados del linaje de Bellingham, algunos vestidos con petos y armaduras y otros con cuellos alechugados y ropa talar.