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Actualizado: 21 de junio de 2025
En aquel momento llegaron á la puerta el barón, Gualtero y los dos soldados y echaron pie á tierra; mas apenas oyó el desconocido sus voces y la lengua en que hablaban, enfureciósele el rostro y arrojando con fuerza al suelo el plato de nueces empezó á dar voces desaforadas llamando al hostalero.
Pero los tres galanos escuderos que le seguían bien montados llevaban, además de sus propias armas, Froilán el yelmo con celada de su señor, Gualtero la robusta lanza y Roger el escudo blasonado. Junto al barón trotaba el blanco palafrén de su esposa, pues ésta deseaba acompañarle hasta la entrada del bosque.
Un instante después se oyó el ruido seco que hacía la espada de Roger al romperse, quedándole tan sólo en la mano un pedazo de hoja de no más de tres palmos de largo. Vuestra vida está en mis manos, exclamó Tránter con triunfante sonrisa. ¡Teneos! ¡se rinde! exclamaron á una varios escuderos. ¡Otra espada! gritó Gualtero. Imposible, dijo Rodolfo; sería contra todas las reglas del duelo.
Un paje le anunció que su señor se proponía visitar aquella noche al canciller de Chandos y deseaba que sus dos escuderos se alojasen en el hostal de la Media Luna, al fin de la calle de los Apóstoles. Al cual mesón se dirigieron Roger y Gualtero al anochecer, después de su larga comida y de oir los brindis y canciones con que pasaron rápidas las horas en compañía de los otros alegres escuderos.
Muy cierto es ello, contestó Gualtero. Mirad, allá va un bote lleno de hombres de armas, con dirección á la nave. Tendremos compañía numerosa, tanto mejor. Y por lo pronto nos dan la bienvenida; ved á los del pueblo que vienen á recibirnos.
Una niebla espesa de la cual se destaca enorme torre cuadrada; la niebla se disipa, ya veo las murallas, la fortaleza toda, en una verde colina, con el río á sus pies, las olas del mar á distancia y una iglesia á tiro de ballesta de las almenas. Junto al río se alzan las tiendas de los sitiadores. ¡Los sitiadores! exclamaron á la vez el barón, Gualtero y Roger.
Recordará el lector que Gualtero y Roger se habían quedado en la antecámara, donde no tardó en rodearlos animado grupo de jóvenes caballeros ingleses, deseosos de obtener noticias recientes de su país. Las preguntas menudearon: ¿Sigue nuestro amado soberano en Windsor? ¿Qué nos decís de la buena reina Felipa? ¿Y qué de la bella Alicia Perla, la otra reina?
En aquel momento se oyó el trote de un caballo que se detuvo á la puerta de la hostería, palideció el prudente Pelisier y se agazapó bajo la mesa, á tiempo que se oía la voz de Gualtero llamando á Roger. Dejó éste la venta con su compañero y pronto alcanzaron á los dos arqueros. Bonita manera de tratar al señor Bombardón de Pelisier, dijo Roger á Tristán con fingida severidad.
Á fe mía, dijo riéndose Gualtero, que con sus cantos y gritos hacen bastante algazara para anunciar su presencia sin necesidad de guías ni emisarios. ¡Adelante! Á dos puertas se oía el estrépito de la francachela. Entraron por un portalón bajo y al final de estrecho corredor se hallaron en una gran sala iluminada por dos antorchas.
De la magnífica figura destinada á la iglesia de San Remo, ¿no recuerdas? Aquella cabeza de santo.... ¡Anda, anda! exclamó Gualtero riéndose. Miren con lo que nos sale ahora.
Palabra del Dia
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