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Actualizado: 21 de junio de 2025


¡Á la abadía! exclamaron varios escuderos. ¡Un momento, señores! dijo entonces Roger, que había recogido del suelo su rota espada y se apoyaba en el hombro de Gualtero. No he oído á este hidalgo retractar las palabras que me dirigió y.... ¡Cómo! ¿Todavía insistís? preguntó Tránter sorprendido. ¿Y por qué no?

No pido ni espero gracias, repuso Roger. Ayúdame á levantarme, Gualtero. El río ha sido hoy mi enemigo, continuó Tránter, pero se ha portado como bueno con vos, pues á él le debéis la vida que yo iba á arrancaros.... Eso estaba por ver, repuso Roger. ¡Todo ha concluído! exclamó Germán, y más felizmente de lo que yo creía.

Los cuatro caballeros continuaron juntos su camino, seguidos de Roger, Gualtero y Juan de Norbury, escudero de Sir Oliver. Tras ellos iban Reno y Verney, portaestandartes de Morel y Butrón.

Era Gualtero de Pleyel, cobardemente sorprendido y asesinado. Al tremendo grito de sorpresa y de dolor que lanzó Roger se despertaron sobresaltados los dos arqueros. El pedernal y la yesca, pronto, dijo Tristán con reposada voz. Esta luz de luna es cosa de espectros. Aquí está el candil y ahora nos veremos las caras.

Cuatro lámparas iluminaban ampliamente la estancia de artesonado techo en que se hallaban. Colgadas de las paredes, sobre los muebles, en los rincones, por todas partes se veían placas de vidrio de diferentes tamaños y formas, pintadas delicadamente. Gualtero y Roger miraron en torno asombrados, porque jamás habían visto juntas tantas y tan magníficas obras de arte.

El desgraciado Froilán cayó sobre los remos de la galera pirata y desapareció entre las olas; más afortunado Gualtero, alcanzó la cubierta del barco enemigo y se unió á los compañeros del barón. Roger quiso seguir á sus dos amigos en defensa de su señor, pero Tristán de Horla se lo impidió á la fuerza. ¿Cómo has de dar ese salto de muerte, muchacho, si apenas puedes sostenerte en pie? le dijo.

El barón permaneció algún tiempo cabizbajo; Froilán y Roger no iban menos silenciosos y pensativos que él, pero el alegre Gualtero, que no tenía penas ni amores, se entretenía en blandir la pesada lanza de su señor, amenazando con ella á los árboles y dirigiendo grandes botes á imaginarios enemigos, aunque cuidando mucho de que el barón no advirtiese su belicosa pantomima.

¡San Jorge nos asista! gritó Gualtero de Pleyel. ¡El barón está en la galera, peleando con los genoveses! ¡Se lo llevan! ¡Está perdido! gritó á su vez Froilán de Roda. ¡Saltemos, Gualtero! Ambos jóvenes, de pie sobre la borda del Galeón, se lanzaron al espacio.

No dudo que Froilán de Roda mostrará ser digno hijo de su valiente padre, y , Gualtero, del tuyo, el noble señor de Pleyel. Cuanto á Roger, recuerda siempre la casa á que perteneces y el honor que te hace y los deberes que te impone la larga línea de los señores de Clinton.

¡Bravo, muchacho! exclamó Gualtero. Tente firme. Se ha portado como debía y puede contar conmigo, agregó Norbury, escudero de Sir Oliver. tienes la culpa de todo esto, Tránter, dijo Germán. ¿No andas siempre buscando pendencia á los recien llegados? Pues ahí la tienes. Pero sería una vergüenza que el asunto pasase á mayores. El mozo no ha hecho más que contestar á una provocación con otra.

Palabra del Dia

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