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Actualizado: 20 de septiembre de 2025


¡Hola, mon petit! gritó Simón con voz tonante, abriéndose paso en un santiamén y seguido del sonriente Tristán de Horla. ¿Qué pasa aquí? ¡Por el filo de mi espada! te advierto, Roger, que si vas á proteger á cuantos se hallen en apuro en esta tierra ya tienes tela cortada para rato.

¡Aguanta, Simón! dijeron los arqueos en coro, con gran risa. Dejadla en paz, camaradas, dijo Tristán, que ha sido siempre buena madre y lo que la desespera es que yo he hecho mi santa voluntad toda la vida, en lugar de trabajar como un forzado con los leñadores de Horla. Ya es hora de decirnos adiós, madre, continuó, levantando á la endeble mujer como una pluma y besándola cariñosamente.

De los ciento cincuenta hombres la mitad por lo menos habían sido soldados, algunos toda su vida; entre los reclutas llamaba la atención el gigantesco Tristán de Horla, que cerraba la marcha, llevando á la espalda su enorme arco de guerra.

Pero no contaba con Tristán de Horla, que levantando con sus forzudas manos pesado peñasco lo dejó caer á plomo sobre el hondero, al pasar éste al pie de la roca, con tanto tino que le destrozó un hombro, derribándolo al suelo, donde empezó á dar grandes gritos. Al oírlos se incorporó Roger, miró en derredor como atontado, y de pronto vió uno de los caballos que á pocos pasos de él estaba.

¡Bravo! gritaron todos á una voz, chocando y vaciando sus vasos. ¡Bien dicho, frailecico mío! exclamó un vozarrón sonoro, á tiempo que una pesada mano caía sobre el hombro de Roger. Volvióse éste y vió á su lado á Tristán de Horla, su compañero de claustro, expulsado de la abadía aquella mañana. ¡Por la cruz de Gestas! Malos días se le preparan á Belmonte, continuó el fornido exnovicio.

Que venga el hortelano con su ballesta, y llamad también á los mozos de cuadra. ¡Pronto, decidles que estamos en peligro de muerte! ¡Corred, hermanos! ¡Ved que ya nos alcanza! Pero el victorioso Tristán de Horla no pensaba en perseguirlos.

Triste cuadro se ofreció á su vista; montones de muertos y heridos castellanos y leoneses, franceses é ingleses; y mas allá, al pie de una roca, siete arqueros, con el indomable Tristán de Horla en el centro, heridos todos pero no vencidos todavía, blandiendo las ensangrentadas espadas y saludando á sus salvadores con un grito de bienvenida.

Es Tristán de Horla, un montañés como hay pocos, á quien acabo de alistar en la Guardia Blanca. Hará un soldado excelente. ¿Buenos puños, eh? Robusto y forzudo pareces, arquero, pero estoy seguro de que ese buen mozo lo es más todavía. Á ver, Tristán, si avergüenzas á todos mis ballesteros, ninguno de los cuales pudo ayer hacer rodar aquella piedra y arrojarla al torrente.

Cuanto á Tristán de Horla, se casó con una linda muchacha de Dunán y allí se estableció definitivamente, gozando del prestigio que le daban sus proezas y los cinco mil ducados tan briosamente ganados allá en tierra de España.

El documento decía así: "Cargos formulados el día de la Asunción, en el año de gracia de mil trescientos sesenta y seis, contra el hermano Tristán, antes llamado Tristán de Horla y al presente novicio de la santa orden monástica del Císter.

Palabra del Dia

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