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Adiós, Pepe volvió á repetir el médico, abandonando aquella manaza que ahora caía débil y sin voluntad. Que seas muy feliz. Pero nos veremos, ¿eh? ¿Vendrás á verme al escritorio?... Esto pasará: ya sabes que otras veces también habéis regañado... Adiós, adiós.

Al otro día, los periódicos ministeriales de la mañana rompían al fin la estudiada reserva que se habían impuesto, y uno de ellos, La España con Honra, publicaba un pequeño suelto en que se veía la manaza de Martínez levantando la punta del velo que encubría el suceso, con esa táctica refinada de la malicia que, sin necesidad de nombrar, designa señalando con el dedo.

En aquel momento cayó una pesada mano sobre el hombro de Simón, la manaza de Tristán de Horla, á quien se oyó decir con gran calma: Sois un embustero de tomo y lomo, señor arquero, como lo prueban las patrañas que nos endilgáis hace media hora; y sois además un deslenguado y os abofetearé lindamente si repetís las palabras que acabáis de decir.

Al buscar sus ropas terminado el trabajo, encontrábase en los bolsillos cosas nauseabundas; recibía en pleno rostro bolas de pasta, y siempre que el mocetón pasaba por detrás de él, dejaba caer sobre su encorvado espinazo la poderosa manaza, como si se desplomara medio techo. El Menut callaba resignado. ¡Ser tan poquita cosa ante los puños de aquel bruto, que le había tomado como un juguete!

Buscó con la vista a Martínez y viole a diez pasos de distancia, con la cabezota ladeada, apoyado en su garrote, y su risa de paleto sobre los labios, recibiendo también sus homenajes. Un grupo de palaciegos le rodeaba, oprimiéndose y estrujándose por estrechar su velluda manaza entre las suyas finas y enguantadas, al compás de previsoras lisonjas.

¡Calla, calla, viejote, zapalastrón! ¡Bueno estás ya para reveses! ¡Si no puedes con los calzones! ¡Si estás descuajaringado! Eso no lo dices con el corazón; por eso se te estima. ¡Como si me cogieras en la plaza del mercado! Na. Ya no tienes más que quijadas y palique. Y manos para apalpar la gracia de Dios repuso el bárbaro tomando con su manaza velluda la barba de la costurera.

Toda cabeza que se ponía al alcance de su vista turbia la sujetaba entre sus brazos, llevando á ella las narices. El más lejano perfume del licor de oliva despertaba su cólera. «¡Ah, lladre!...» Y dejaba caer su manaza enorme, blanda y pesada como un guantelete de esgrima.

Ahuecando la voz y marcando con su manaza un compasillo oratorio, prosiguió su discurso así: , señores; así como el tirano Herodes, para ver de perder al niño Jesús, mandó matar a todos los niños, según rezan los Evangelistas, estos canallas, para ver de acabar con un partido, con el partido liberal, quieren matar a todos los españoles, a todo el género humano, a todo el globo terráqueo.

Gallardo sentíase turbado por la presencia de la señora. ¡Qué mujer! ¿Qué iba a decirla?... Vio que ella le tendía la mano, una mano fina que olía a gloria; y en la precipitación del aturdimiento, sólo supo apretarla con su manaza que derribaba fieras.

Y reanudaron el canto y el palmoteo con nuevos bríos. Un gañán ofreció una copa de aguardiente a Juanón, que la rechazó con su manaza. Eso es lo que nos pierde dijo sentenciosamente. La bebía mardita. Y apoyado por los gestos de aprobación del Maestrico, que había guardado sus avíos de escribir para unirse al grupo, Juanón anatematizó la embriaguez.