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Actualizado: 4 de junio de 2025


La abadía de S. Galo conserva aun en los archivos de su suprimido monasterio el plano que para el mismo edificio se supone trazó por los años de 820 el famoso Eginhardo, á peticion del piadoso abad Gozberto que la gobernaba. Este plano, que publicaron Mabillon en sus Anales Benedictinos, t. II, p. 571, y recientemente M. Fr.

Refugiado Plácido en la abadía, no olvidó la afrenta jamás, pero guardó oculto su recuerdo en el lastimado centro del alma. El horror que le causaba volver de nuevo contra el padre de Elvira, la humildad y la resignación y otros sentimientos religiosos inclinaron su espíritu y le excitaron a desistir de vengarse.

Extraños y en gran manera interesantes le parecían todos aquellos variados incidentes de su jornada. Las pocas horas pasadas desde que abandonó el apacible claustro le habían procurado más emociones que un año de vida en Belmonte. Se le hacía increíble que el fresco pan que iba comiendo con placer fuese reciensalido de los hornos de la abadía.

Domeñaré su espíritu rebelde, como lo haré con otros miembros de esta abadía que necesitan severa disciplina. Y vos mismo, hermano Francisco, estáis en falta. Ha llegado á mis oídos que habéis alzado la voz en el refectorio, mientras el hermano lector comentaba la palabra divina. ¿Qué contestáis á esa acusación? El lego no chistó, ni se movió siquiera.

Los palacios que la Reina tiene en Lóndres no valen ciertamente la pena: son buenos edificios, cercados de elegantísimos parques, con ganados y estanques, como el de Whitehall cerca de la Abadía, pero no son monumentales. Los lores tienen muy buenos hoteles casi todos en squares, plazas que son fragantes bosques de árboles y jardines, que por todo Lóndres se encuentran.

No es un edificio del renacimiento, ni del feudalismo, y sin embargo, nos parece que tiene algo del feudalismo y del renacimiento; algo del siglo X y del siglo XIV. Tiene lo que debe tener un palacio; no tiene nada de lo que tiene una abadía ó un convento, y sin embargo, menos que la idea de palacio me suministra la idea de una abadía, con su pórtico, sus columnas, sus ventanas, sus torreones y las esbeltas y atrevidas agujas de sus para-rayos, que parecen ser veletas de un templo.

Las dos torres colosales y altísimas, una de las cuales está concluida, colocadas como están formando un lienzo, el que da frente á la Abadía, son por solas dos monumentos de arte, admirables y magníficos, llenos de un riquísimo manto de adornos góticos, del mas delicado trabajo. Esto solo las torres; despues, el edificio es colosal, augusto, sorprendente.

Me encuentro ya en la deliciosa morada de mi cuñado el abate Lamartine, en Montculot, en medio de bosques y de fuentes, en una especie de desierto que parece una abadía. Debiera estar aquí en paz, y sin embargo no es así; los cuidados de madre de familia me siguen por todas partes, incluso aquí mismo. ¡Ah! ¡cuántos reproches debo echarme en cara!

En el piso principal salvaron un ancho corredor abierto, con el pavimento de madera, tan deteriorado que era preciso ir con cuidado para no meter el pie por algún agujero. Por todas partes se observaba un abandono extraño; las paredes sucias, descascarilladas, el suelo con un dedo de polvo, los techos agrietados: no parecía una casa habitada, sino una antigua abadía solitaria.

Quisiera ir á Francia con estos dos amigos, señor, dijo Roger. Pero no que sirva para soldado, porque he sido siempre hombre de paz; estudiante desde que salí de la niñez y también lector, exorcista, acólito y amanuense en la abadía.

Palabra del Dia

rigoleto

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