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Vuestro nombre será borrado de los registros de la orden y os queda prohibido volver á pisar los umbrales de la abadía y entrar en ninguna de las granjas y posesiones de Belmonte.

Desearíamos que las Granjas modelo de Luzón y Visayas, ensayasen el cultivo del ramio tal como hoy se practica en Europa, siquiera esos ensayos solo den por resultado emular ante los ojos del indio toda la riqueza que atesora la diversidad de textiles que se crían en sus campos.

El Lucero botaba, corría como si en vez de dos cuerpos robustos llevase sobre el lomo un hacecillo de paja. Y resoplando furiosamente parecía decirles: «No tengáis cuidado, queridos, que por no quedaráNadie parecía por la desierta carretera. Los árboles, las granjas, las ventas quedaban atrás, como si no valiesen nada, como si no significasen nada para aquel potro valeroso.

Pedía al cielo por su marido el alemán, que tal vez á aquellas horas empleaba todas sus facultades de energúmeno en la mejor organización del aplastamiento de los débiles; rezaba por sus hijos, oficiales del rey de Prusia, que revólver en mano entraban en pueblos y granjas, llevando ante ellos á la muchedumbre despavorida, dejando á sus espaldas el incendio y la muerte. ¡Y estas oraciones iban á confundirse con las de las madres que rogaban por la juventud encargada de contener á los bárbaros, con los ruegos de aquellos hombres graves y rígidos en su trágico dolor!...

Tienen sus tierras lejos; hoy Infantes carece de población rural; entonces tampoco la tenía. Las clases directoras poseían sus haciendas en término de la Alhambra. Contaba entonces la Alhambra con una población densa de caseríos y granjas. Todavía en el siglo XVIII, según el censo de 1785, ordenado por Floridablanca, eran veinticuatro las granjas situadas dentro de los aledaños de la Alhambra.

Los parajes de alguna feracidad no estaban ocupados por granjas, sino por conventos, y al borde de las escasas carreteras vivaqueaban las partidas de bandoleros, refugiándose, al verse perseguidos, en los monasterios, donde les apreciaban por su religiosidad y por las muchas misas que encargaban para sus almas pecadoras. La incultura era atroz.

Los zorzales aves de paso que emigraban del norte al sur, atravesaban el aire por encima del pueblo y se llamaban constantemente como viajeros nocturnos. Entre ocho y nueve una especie de rumor alegre vibró en el fondo de la llanura haciendo ladrar a un tiempo a todos los perros de las granjas vecinas: era el son agrio y cadencioso de la cornamusa tocando una contradanza.

Zafóse Candido asustado, y el miserable dixo al otro miserable: ¡Ay! ¿con que no conoces á tu amado maestro Panglós? ¿Qué oygo? ¡vm., mi amado maestro! ¡vm. en tan horrible estado! ¿Pues qué desdicha le ha sucedido? ¿porqué no está en la mas hermosa de las granjas? ¿qué se ha hecho la señorita Cunegunda, la perla de las doncellas, la obra maestra de la naturaleza? No puedo alentar, dixo Panglós.

Hubiérase dicho que se tenía a la vista una de esas alegres aldeas de la Saboya o de mis queridos Pirineos , con sus cabañas de paja o con sus techos rojos de teja, sus ventanas azules y sus paredes adornadas con cortinas de trepadoras, sus patios llenos de árboles frutales, sus callecitas sinuosas, pero aseadas, sus granjas, sus queseras y su gracioso molino.

Por el contrario, era una aldea situada en la rica llanura central del país que nos complacemos en llamar la Alegre Inglaterra, en la que había granjas que, consideradas del punto de vista espiritual, pagaban al clero diezmos muy deseables.