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Entretanto la señorita Margarita, inclinada sobre el acirate y tropezando en su largo vestido, saludaba con un pequeño grito de alegría cada fresa que llegaba á descubrir. Yo me mantenía cerca de ella, llevando en mi mano la hoja de higuera sobre la que depositaba de tiempo en tiempo una fresa, contra dos que engullía para alentar su paciencia.

Á cada paso, al subir una cuesta áspera y corva, Ayela se detenia jadeante, temblorosa; su mano buscaba apoyo en un muro, y de su boca hervoroso se exhalaba el ronco alentar que ahoga y en el comprimido pecho la sangre agitada agolpa. Fatigada, dolorida, llegó al fin á la Almanzora. Desierta la calle estaba, sumida en tinieblas, lóbrega, y al amor no daba amparo en sus rejas silenciosas.

»Hay un ejemplo en la historia que nos debe alentar mucho para llevar a cabo lo que te propongo. La Amada Santa Isabel de Hungría estuvo desposada desde su tierna edad con el duque Luis de Turingia, pero sin que las bodas se celebrasen hasta que ambos llegaron a la edad oportuna.

La verdad es que la conducta de Isabel era inexplicable; pero aquello no tenía la extraordinaria importancia que Villa le daba, mucho más cuando en la tarjeta nada se decía que pudiera alentar sus pretensiones. Conseguí ponerle de un humor delicioso, asegurándole que la condesita sólo se casaba por presión de la familia o por razones de conveniencia.

¡Buena manera de alentar a los pobres! Es que yo quiero asegurar tu suerte. Amparo había dejado de comer, y noté que había perdido enteramente su tranquila confianza; que estaba preocupada, disgustada, pesarosa de haber ido a almorzar conmigo. Soy rico, muy rico; sobrino de un grande de España que no tiene hijos, ni los tendrá probablemente; heredaré sus rentas y su grandeza.

Penetré de nuevo en el portal, con gran repugnancia y miedo. Encendí otro fósforo y eché una mirada oblicua á mi víctima, con la esperanza de verle alentar. Nada; allí estaba en el mismo sitio, rígido, amarillo, sin una gota de sangre en el rostro, lo cual me hizo pensar que había muerto de conmoción cerebral. Busqué el sombrero, metí por él la mano cerrada para desarrugarlo, me lo puse y salí.

Después de la fiebre, el delirio; pero un delirio especial, una especie de sueño dulce y sonriente como su carácter mismo. Había momentos en que parecía dejar su desvanecimiento, para dar las gracias a las buenas mujeres que la servían y para alentar a nuestro pobre padre, que permanecía a la cabecera del lecho, aterrado completamente por el terrible golpe que acababa de recibir.

Lo que más me asombraba, causándome cierto espanto, era que Marcial, aun en aquella escena de desolación, profería frases de buen humor, no si por alentar a sus decaídos compañeros o porque de este modo acostumbraba alentarse a mismo. Cayó con estruendo el palo de trinquete, ocupando el castillo de proa con la balumba de su aparejo, y Marcial dijo: «Muchachos, vengan las hachas.

Un hombre que hablaba de amor a una señora que era de otro, ante los hombres.... Ya lo sabía, ; no exigía que Ana se hiciese superior a tantas tradiciones, leyes y costumbres, lugares comunes y rutinas como le condenaban; claro que había en el mundo mujeres, virtuosas como la que más, que ya sabían a qué atenerse respecto de la letra de la ley moral que condenaba aquel amor de Mesía; pero ¿podía él pedir a Ana, educada por fanáticos, que había pasado su juventud en un pueblo como Vetusta, podía pedirla que se dignase siquiera alentar su pasión con una esperanza?

Yo la había visto tan hermosa y llena de vida, que parecía alentar en lo mejor de su edad, y de súbito, me dicen que ha desaparecido de mi vista para siempre: y precisamente cuando me preparaba a recibirla en mis brazos, cuando iba a proporcionarle la dicha de tenerme a su lado, después de haber cumplido a satisfacción mis deberes de hijo... ¡Ah!... ¡La separación era un hecho y un hecho terrible porque ni siquiera pude despedirme de ella! ¡Cuánto sufrí en aquellos días!