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En aquel caserón de la calle de Méjico, que más parecía dependencia de cuartel que habitación de familia, de techo de teja abohardillado y ventanas voladas de gruesos barrotes, vivió, pues, muchos años el viejo don Aquiles, con sus tres hijos: Gregoria, la mayor; Pablo Aquiles, el varón, y Casilda, la menor, no la vida de paz del hogar, seguramente, porque allí se andaba de zarpa a la greña todos los días de la semana, a causa de la mala educación de los hijos y el carácter atrabiliario del padre.

No ha reformado con una mala teja su antigua casita de la plaza, ni ha vuelto a poner en ésta los pies; y se comprende en un hombre de sus circunstancias; muerto el señor cura, don Justo, ¿qué otra persona quedaba allí con quien «pudiera entenderse» él?

Se vio correr a un alguacilillo, con su teja emplumada y el ferreruelo flotante, por detrás de la barrera, hasta llegar cerca de donde estaba el toro. Allí, dirigiéndose a Gallardo, avanzó una mano cerrada con el índice en alto. El público aplaudió. Era el primer aviso.

Salomón, el hijo de David, se había posado brevísimo tiempo en la inteligencia de este otro su homónimo. ¡Hombre más ignorante, soberbio y poseído de ...! Llevaba el manteo terciado, la teja al bies, y tenía todo el empaque de un majo.

El peligro había pasado, pero era necesario sacar todo el partido posible de aquella victoria: hacíase indispensable meter mucho ruido, gran ruido, propagar el escándalo por todas partes para despertar la indignación y excitar los ánimos en contra del Gobierno y de la dinastía intrusa... Para ello, todas las señoras acudirían aquella tarde a la Castellana con las airosas mantillas españolas y las clásicas peinetas de teja, que eran ya señal convenida de valiente protesta; y a la noche siguiente, él, Butrón mismo, daría un gran baile en honra de Currita de puro carácter político, al cual podían ya darse por convidados todos los presentes... Las señoras lucirían todas, en la cabeza, la flor de lis, emblema de sus esperanzas; los caballeros, un lazo blanco y azul en el ojal del frac, colores propios y significativos de los desterrados Borbones.

¡Mira! gritó mi amigo señalando un lugar que había hacia el fondo del peñasco, a mitad de camino del profundo río, después que daba la abrupta vuelta, allí hay unos escalones y una senda estrecha que conduce más abajo. ¿Y qué es aquello? Miré y vi, sobre una especie de plataforma natural hecha en la roca, una pequeña choza de piedra, cuyo obscuro techo de teja contemplábamos desde la altura.

Los primeros pobladores vivieron en cuevas, cavadas en la barranca; pero poco á poco fueron edificando casas, generalmente dispuestas sin órden: todas son chicas y con poca comodidad, pero sanas; las paredes son de adobe, y los techos de teja. La nueva poblacion es un cuadro de casas iguales, edificadas como á dos cuadras y media al E del fuerte; tres costados no mas se acabaron.

Que tienen casas de teja y paja, fosos y revellines: que tienen siembras de agí, que es con lo que comercian con los indios, quienes les llevan sal de la que sacan de Valdivia: que tambien les llevan achas y cosas de fierro, por vacas y caballos que tienen muchos. Que hablan lengua española, pero que, aunque los indios les han llevado indio ladino, no les entienden bien.

Seguía los caminitos de arena y me perdía en su laberinto con paso distraído, la mirada enfilada a lo lejos. Al doblar un sendero, en el paraje más solitario del jardín, me las encontré de frente. Venían acompañadas de un clérigo. Al cruzar a nuestro lado saludaron muy cortésmente: el clérigo se llevó con gravedad la mano al sombrero de teja.

Baste decirle que mi padre, en cuanto se ponía un poco agitado, respiraba en verso. Esta peculiaridad, o si usted quiere manía, acaso haya sido causa de sus infortunios, pero ciertamente merced a ella los ha sobrellevado con pasmosa resignación e indiferencia. A mi padre le cae una teja en el cogote, por ejemplo. De este accidente no tiene la culpa la poesía, naturalmente.