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Es cosa averiguada que en aquella tercera excursión le salió al encuentro el anciano del día anterior, que dijo llamarse Silverio, y con él iban, formados como en línea de batalla, otros míseros habitantes de aquellos humildes caseríos, llevando de intérprete al hombre despernado, que se expresaba con soltura, como si con esta facultad le compensara la Naturaleza por la horrible mutilación de su cuerpo.

¡Pero si se llama Matapuerca!... Es una dehesa magnífica en la provincia de Extremadura, de más de tres mil aranzadas, con veintisiete caseríos... En fin, un pequeño reino... Era de los frailes Agustinos, y mi marido lo compró cuando lo de Mendizábal... Currita hizo un gesto de resignación pacientísima, y preguntó: ¿Y qué ha sucedido en el pequeño reino de Mata... esos animalitos?...

Imaginad por un momento un inmenso grupo ú archipiélago terrestre compuesto de jardines lucientes de verdura y abismos de concavidad insondable y aterradora; de alegres huertos y rocas desnudas, formidables y sombrías que los dominan; de lujosos plantíos entrecortados por habitaciones campestres de imponderable gracia, al pié de coronas y guirnaldas seculares de negros pinos y abetos, ciñendo los ásperos relieves y las concavidades abruptas de cerros que parecen gigantes evocados en una pesadilla; de ciudades risueñas, industriosas y activas, donde abundan los bellos monumentos del arte y de la ciencia, y rústicos y solitarios caseríos encuadrados ó perdidos en las profundidades de las selvas.

Dejando atrás montes y llanos, cortijos y caseríos, viajando hoy en compañía de arrieros, durmiendo mañana sobre los arcones de la paja en las ventas, llegó Lázaro a su destino más cansado de cuerpo que esperanzado de ánimo. Eran las ocho de una mañana luminosa y alegre, cuando se apeaba nuestro héroe en el zaguán de la casa, llamada pomposamente Palacio Episcopal.

Ponte aquí, Nieves, y a este otro lado, Catana... Vamos, ¿qué hay que decir a esto?... No os fijéis en este primer término, que es árido y escabroso, como todo terreno de costa, sino en lo demás, en lo llano, que es la vega de Villavieja, verde aquí, parda allá, con sus caseríos salpicados, después alturas grises y alturas verdes, y sierras peladas y montes obscuros... ¿Veis una rayita blanca, allá lejos, que culebrea un ratito en el contorno de la vega y luego se pierde entre dos cerrillos?

En el fondo de esos despeñaderos demoran los pueblecitos ó caseríos de Bossons y los Peregrinos ó Nant, tranquilos y pobres, rodeados de bosques y praderas. Mas abajo se desarrolla el valle, luciente de lozanía, rico en flores y perfumes, y salpicado de animales de cria cuyo movimiento desigual por las tortuosas márgenes del Arve completa el encanto de aquel bellísimo paisaje.

Los cuerpos y columnas de guerrilleros, mandados por D. Juan de la Cruz, el conde de Valdecañas y el clérigo Argote, se habían desparramado como enjambre mortífero por los pueblos y caseríos que dominaba el Cuartel General francés en las primeras estribaciones de la sierra, al Norte de Andújar.

Para mostrarle lo que guardaba la población digno de verse, le llevaban materialmente escoltado. Después vinieron las jiras a los caseríos y parroquias de las cercanías, a las casas de campo de los amigos de Belinchón, los banquetes opíparos, las excursiones de pesca y las cacerías. Realmente la vida era grata en Sarrió por el verano.

El chófer iba mostrando con patriótico orgullo las nuevas bellezas que ofrecía el paisaje a cada vuelta de su volante. Daba nombres a las aglomeraciones de caseríos y a los picos gibosos de las cumbres.

Ofrecía, por la estación en que nos hallamos, un tono amarillo que los rayos del sol tornaban brillante y dorado. Los castañares y los bosques de hayas, con su follaje gualdo y verde, semejaban grandes telas de brocado extendidas sobre los collados y las montañas. Los blancos caseríos colgados aquí y allá, unos enfrente de otros, se enviaban un saludo matinal.