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Como valor fingía, de mis ojos el llanto contener pude un instante; para no ver sus míseros despojos oculté entre mis manos mi semblante. Alcé luego la frente, mas no estaba su cadáver allí. ¡Vana porfía! ¡Ya su cuerpo en la tierra descansaba! ¡Ya en una tumba su beldad yacía!

Algunas tenían la desproporción embrionaria de los fetos, con enormes cabezas sirviendo de remate á cuerpos raquíticos. Otras avanzaban sus míseros troncos descarnados sobre unas piernas anchas y redondas de paquidermo.

En aquella rada silenciosa, en medio de la oscuridad rápidamente caída sobre las ondas, aquel cuadro de presidio revelado por las luces que servían para vigilar á sus míseros habitantes, infundía en el pensamiento de los dos amigos, una profunda tristeza. ¡Cuántos dolores, cuántas penas y cuántas cóleras fermentaban en aquella ciudad del crimen y de la vergüenza!

Es cosa averiguada que en aquella tercera excursión le salió al encuentro el anciano del día anterior, que dijo llamarse Silverio, y con él iban, formados como en línea de batalla, otros míseros habitantes de aquellos humildes caseríos, llevando de intérprete al hombre despernado, que se expresaba con soltura, como si con esta facultad le compensara la Naturaleza por la horrible mutilación de su cuerpo.

En el patio inmediato a la capilla sonaban golpes de vara sobre el pellejo de los míseros caballos, reniegos, choque de herraduras y voces. «¿A quién le tocaNuevos picadores eran llamados a la plaza. A estos ruidos uniéronse otros más cercanos.

Llegan, pues, á sentir con exceso los intercesores sufran por su causa los míseros aquella persecucion, aquel naufragio; en virtud de quien quedan essentos y libres en lo porvenir: pues no hay coraçones tan de bronze que les mande entrar en otro, presente el escarmiento de lo passado. Segun esto, no es aproposito la moneda que corre en el gasto de las comedias?

Muy posible es que entonces el magnate agasajado hubiese visto con más agrado el halcón de 30 doblas que sus míseros esclavos. La fiesta del Corpus Christi en Sevilla No pretendemos en estos ligeros apuntes trazar la historia de tan gran festividad religiosa de la Iglesia Católica en nuestra ciudad.

Los «monos sabios», con los brazos arremangados, tiraban de los míseros jacos para que los probasen los jinetes. Llevaban varios días de montar y amaestrar a estos caballos tristes, que aún guardaban en sus flancos las rojas huellas de los espolazos.

De tarde en tarde, pasos en el pavimento de estas calles morunas y ventanas que se entreabren con la ávida curiosidad de un suceso extraordinario; unos soldados que suben lentamente hacia el castillo por las empinadas cuestas; los señores canónigos que bajan del coro, con el pecho de la sotana brillante de grasa y el sombrero de teja y el manteo de color de ala de mosca, míseros prebendados de una catedral olvidada, pobre y sin obispo.

Para el pobre marinero, el mar es el summum del interés, del encanto, de la variedad. Esos trabajadores míseros cuya vida es una continua lucha y un esfuerzo titánico y desproporcionado, son muchas veces felices, y el mar, su enemigo, el mar, el monstruo incomprensible, llena su existencia y hace su felicidad.