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Perdidos en la lejanía de la juventud y vigorosamente evocados por el pensamiento, vienen a la mente los recuerdos: pasan muchas mujeres: don Juan las ve, violenta su imaginación para acordarse de sus nombres y no puede; porque si todas le dieron su cuerpo, ninguna le dejó la dulzura del cariño en la memoria.

Ya no se reñía, se discutía con calor, pero sin ira. Los recuerdos evocados, sin intención patética, por doña Paula, habían enternecido a Fermo. Ya había allí un hijo y una madre, y no había miedo de que las palabras fuesen rayos. Doña Paula no se enternecía, tenía esa ventaja. Llamaba mojigangas a las caricias, y quería a su hijo mucho a su manera, desde lejos.

Todos los años, en dia fijo, se dice allí una misa en conmemoracion de los hechos evocados; y se asegura que la capilla fué inaugurada por 114 individuos que conocieron en persona á Guillermo Tell. El motivo de la ereccion de ese monumento es una tradicion que recuerdo haber visto traducida en una estampa de colores, en cierto albergue de mi país, cuando tenia nueve años.

Recordarle en tales momentos antiguos títulos de amistad, era todo nuestro afán, y hallar su memoria accesible á los evocados recuerdos, el mejor negocio para nosotros, condenados á fumar anís á pasto, y, lo que aún era peor, los pitillos de cinco al cuarto que vendía Godos en la subida de los Remedios; pitillos que transcendían á demonios desde media legua, y lo mismo tumbaban chicos que cañas un vendaval recio.

Una hechicera, con ayuda de espíritus infernales, evocados por ella, la auxilia en este trance, confiando la niña recién nacida, que recibe el nombre de Eismena, á la guarda de las hadas. Rubena desaparece por completo, y en la escena siguiente se nos presenta Eismena, ya pastora, apacentando sus ganados en un valle solitario.

Paladeó la alegría forzosa, la sensación de falsa libertad de todo enamorado después de una escena de rompimiento. «¡A vivir!...» Quiso volver inmediatamente al buque, pero temió la resurrección de sus recuerdos evocados por la soledad. Era mejor quedarse en Nápoles, ir al teatro, confiarse á la suerte de un buen encuentro, lo mismo que cuando bajaba á tierra por unas horas.

Imaginad por un momento un inmenso grupo ú archipiélago terrestre compuesto de jardines lucientes de verdura y abismos de concavidad insondable y aterradora; de alegres huertos y rocas desnudas, formidables y sombrías que los dominan; de lujosos plantíos entrecortados por habitaciones campestres de imponderable gracia, al pié de coronas y guirnaldas seculares de negros pinos y abetos, ciñendo los ásperos relieves y las concavidades abruptas de cerros que parecen gigantes evocados en una pesadilla; de ciudades risueñas, industriosas y activas, donde abundan los bellos monumentos del arte y de la ciencia, y rústicos y solitarios caseríos encuadrados ó perdidos en las profundidades de las selvas.

Y galvanizada por la alegría de José Luis, la abuelita empezó a referir, con abundancia de detalles familiares, episodios sumidos en el largo pasado, y cuyos protagonistas, evocados así, parecían comparecer ante ella, adoptando un singular aire de personas resucitadas y sorprendidas de salir a la claridad del mundo.

Saboreaba las suyas Carmencita, olvidada de todo para pensar en los días felices de Luzmela, evocados por la cariñosa visita de su único amigo. De pronto cayó sobre su ensueño la voz punzante de doña Rebeca, interrogando: ¿Se fué ya? La joven se estremeció y, azorada, repuso: Ya.... ¿Y no has llamado a «tu prima»?

Allí dio el médico dos golpes en el suelo con el regatón del cachiporro, y aparecieron simultáneamente y como evocados por un conjuro, en una puerta de la derecha, la figura descomunal de don Pedro Nolasco, y en otra de la izquierda, la de una jovencita, algo desaliñada de ropa y de peinado, pero limpia como los oros, fresca y rozagante como una rosita de abril...