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Blanca y limpia con sus persianas inmaculadas y sus cristales brillantes bajo unas cortinas un poco antiguas, se abre con discreta elegancia en un patio plantado de árboles y adornado de canastillos floridos, al que llamamos pomposamente «nuestro jardín...» Tengo en él mis rosas preferidas y mis plantas favoritas; y cultivo con éxito cuanto tiene la dicha de agradarme, con tal de que no necesite mucho sol, ni mucha sombra, ni muchos cuidados... En un rincón de nuestro minúsculo jardín y debajo de un fresno llorón, tengo hasta un banco, un banco inmenso, una mesa de labor y unos cuantos sillones de mimbre... En verano, hacemos allí salón, y llevo la fantasía hasta dar tés... Mis amigas pretenden que una taza de perfumada con la fragancia de las rosas que nos rodean, no es ya una taza de , sino una taza de néctar... ¡Dichosa ilusión!

Sus negocios marchan bien y ha tenido que alquilar otro cuarto del mismo piso para establecer en él un diminuto escenario, donde da las lecciones y hace los ensayos y al que llama pomposamente su conservatorio. Campistrón no es un simple agente dramático; es también un innovador, pues ha inventado un nuevo método de canto: el canto de vientre.

El conserje del Caballista, andaba como loco buscando la llave de lo que pomposamente se titulaba biblioteca en los estatutos de la sociedad: un armario oculto en el rincón más oscuro de la casa, menguado como alacena de pobre, mostrando al través de sus cristales empolvados y telarañosos, unas cuantas docenas de libros, que nadie había abierto.

Todo anunciaba que el señor de los Pazos se llevaría el gato al agua, a pesar del enorme aparato de fuerza desplegado por el gobierno. Se contaban los votos, se hacía un censo, se sabía que la superioridad numérica era tal, que las mayores diabluras de Trampeta no la echarían abajo. No disponía el gobierno en el distrito sino de lo que, pomposamente hablando, puede llamarse el elemento oficial.

Aquella mañana encontraba al escritorio algo de nuevo, de extraordinario, como si entrase en él por vez primera, como si no hubiesen transcurrido allí quince años de su vida, desde que le aceptaron como zagal para llevar cartas al correo y hacer recados, en vida de don Pablo, el segundo Dupont de la dinastía, el fundador del famoso cognac que abrió «un nuevo horizonte al negocio de las bodegas», según decían pomposamente los prospectos de la casa hablando de él como de un conquistador; el padre de los «Dupont Hermanos» actuales, reyes de un estado industrial formado por el esfuerzo y la buena suerte de tres generaciones.

En una vitrina, grandes abanicos abiertos evocaban modas desaparecidas y transmitían la sensación encantada de los años en que se habían usado: algunos, enormes, estaban hechos con blanca pluma de garza sobre varillas de ébano; en otros era el plumaje negro y contrastaba pomposamente con el labrado marfil; y en los menos antiguos, alguna escena de pastores se pintaba sobre la indecisión de la seda ajada.

Si me aburriese, no andaría con tapujos, ni lo confesaría sólo in articulo mortis y en lo hondo de mi casa; pero aunque soy fervoroso admirador de aquel glorioso poeta, que era además gran sabio y sutil y razonable filósofo, y aunque le he elogiado pomposamente en varios escritos míos, me sucede ahora que, echando á un lado el prestigio mágico de su estilo, como quien descorre un velo que disimula los defectos y realza las bellezas, he descubierto en el Fausto rarezas tan chocantes, que temo que se me agrien ó se me pudran en lo interior del alma si no las digo y me desahogo.

Mi tío Ramón había tenido que inscribirse en uno de los centros electorales en que la opinión estaba dividida, y aunque con su carácter muy indiferente por la cosa pública, el buen ciudadano figuraba pomposamente en la comisión directiva, debido sin duda a la iniciativa de su mujer, que no admitía excusas, y a sus medios pecuniarios, y no a su entusiasmo por la lucha o a sus aspiraciones políticas.

Oir que continuamente imputaban á aquella infeliz faltas y crímenes inauditos, y no poder acercarse á ella y preguntarle. "¿Qué has hecho?". Las tres Porreñas marchaban acompasada y pomposamente, sin proferir una palabra.

Aprovechó Isidro esta comida extraordinaria para ir mostrando a Ojeda las gentes mencionadas por él en conversaciones anteriores. Por encima de las banderas, las cabezas inclinadas ante los platos y las guirnaldas de verdura, pasaba revista a todos los que titulaba pomposamente «mis amigos». Hoy no falta nadie; sala llena.