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Las grandes flores blancas de la magnolia, plenamente abiertas en sus ramas de hojas delgadas y puntiagudas, no parecían, bajo aquel cielo claro y en el patio de aquella casa amable, las flores del árbol, sino las del día, ¡esas flores inmensas e inmaculadas, que se imaginan cuando se ama mucho! El alma humana tiene una gran necesidad de blancura.

Y un ángel, una bellísima muñeca de nueve años, saltó del asiento del piano para caer en los brazos del niño, confundiéndose por un momento con sus besos, sus gritos, su risa, su alegría, sus almas inocentes y sus vidas inmaculadas, como se confundían los bucles de oro que rodeaban, como una aureola de rayos de sol, las preciosas cabezas de ambos. El niño se acordó al fin de sus premios.

Desde la llegada del tremendo teniente coronel ningún vecino, por grave y respetable que fuese, estaba seguro. Muchos hidalgos y ricos hacendados de la villa, que hasta entonces habían conservado inmaculadas sus mejillas, ni soñaban con que nadie pudiese atentar a ellas, las vieron selladas y rubricadas cuando más descuidados estaban por los dedos del feroz inválido.

Blanca y limpia con sus persianas inmaculadas y sus cristales brillantes bajo unas cortinas un poco antiguas, se abre con discreta elegancia en un patio plantado de árboles y adornado de canastillos floridos, al que llamamos pomposamente «nuestro jardín...» Tengo en él mis rosas preferidas y mis plantas favoritas; y cultivo con éxito cuanto tiene la dicha de agradarme, con tal de que no necesite mucho sol, ni mucha sombra, ni muchos cuidados... En un rincón de nuestro minúsculo jardín y debajo de un fresno llorón, tengo hasta un banco, un banco inmenso, una mesa de labor y unos cuantos sillones de mimbre... En verano, hacemos allí salón, y llevo la fantasía hasta dar tés... Mis amigas pretenden que una taza de perfumada con la fragancia de las rosas que nos rodean, no es ya una taza de , sino una taza de néctar... ¡Dichosa ilusión!

Roussel no había repetido la pregunta; pero un día en que el álbum de los croquis estaba sobre una mesa, en ausencia del pintor, había levantado la cubierta, recorrido las hojas y adquirido la certeza de que todas estaban inmaculadas. Entonces, ¿en qué pasaba Mauricio los días? ¿Habría faltado á su promesa y vuelto á casa de la señorita Guichard?