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Todo esto lo he pensado rápidamente; al mismo tiempo que lo pensaba le ponía la mano en el hombro al señor grueso, y gritaba: ¡Sarrió! Y entonces el hombre gordo ha vuelto la cara, una cara con ojos pequeños y ribeteados de rojo, y he visto tristemente que no era Sarrió. ¿Dónde vivirá? ¿Dónde comerá? Vuelvo a pasar por casa de Botín; vuelvo a pasarme frente a la vitrina de Lhardy. ¡Y no lo veo!

Petra contenía la risa a duras penas. Se contentó con decir: ¡Qué estropicio! apuntando a los pedazos de loza, cristal, y otras materias incalificables que yacían sobre el piso. Si hubiera sido yo, me despedía don Víctor.... ¡Ay, señora! si ha roto usted tres de esos tiestos nuevos... ¡y el cuadro de las mariposas se ha hecho pedacitos! ¡y se ha roto una vitrina de herbario! y....

Fué en un tiempo el adorno principal del templo mayor de los aztecas; uno de los conquistadores de México lo arrancó del altar mismo del famoso Huichilobos, y lo trajo a Carlos V, quien lo donó a esta Santa Iglesia. Viendo que permanecía yo estupefacto, quiso que mi admiración fuese mayor, y abrió la vitrina para que examinara a mis anchas aquel portento de orfebrería.

Felicita, arropada en una toquilla de estambre y con zapatillas de orillo, se pasaba horas y horas, del día y de la noche, inmóvil, reseca, ósea, color de cera, en el mirador de cristales; parecía una momia en la vitrina de un museo, entre flores ajadas, como de trapo, y pajarillos inmóviles por el frío, como disecados.

En un salón de la Comedia Francesa y guardado respetuosamente entre los cristales de una vieja vitrina, hay un zapatito, un zapatito blanco, de tacón muy levantado y punta muy fina, que perteneció á Raquel.

Cuidadosamente colocados en una vitrina, todo limpio, todo de plata, relucen una imagen de la Virgen aragonesa, un servicio de afeitar con su palangana de collete, su jarro, su bola para jabón , seis macerinas y una bandeja cuadrada. «Todo esto declara una cartela le tocó a doña Eulalia Verdú y Brotóns en la rifa que se ejecutó en Zaragoza a beneficio del Santo Hospital Real y general de Nuestra Señora de Gracia el día 7 de Noviembre de 1830

que ha traído, señor Delaberge respondió el Príncipe que, al fin, se decidió a abandonar los umbrales de la puerta. Hay un telegrama para usted. Con tardo paso, se dirigió hacia una pequeña vitrina, fijada en la pared y en la cual se guardaban las cartas que llegaban dirigidas a los viajeros. Abrióla y entregó a su huésped un pequeño pliego.

En una vitrina, grandes abanicos abiertos evocaban modas desaparecidas y transmitían la sensación encantada de los años en que se habían usado: algunos, enormes, estaban hechos con blanca pluma de garza sobre varillas de ébano; en otros era el plumaje negro y contrastaba pomposamente con el labrado marfil; y en los menos antiguos, alguna escena de pastores se pintaba sobre la indecisión de la seda ajada.

Más de una hora permanecimos admirando custodias, cálices, atriles, estatuas y toda clase de joyas, cuyo interés acrecentaban los eruditos informes del canónigo. Súbitamente, dejé escapar un grito de sorpresa. ¡Allí, delante de mis ojos, encerrado dentro de una vitrina y posado dentro de una peaña de oro, se hallaba un pájaro idéntico a mi visitante de aquella mañana!

Y la cantante, enternecida por el recuerdo, contemplaba con ojos lacrimosos la ancha boina de terciopelo negro, un mechón de cabellos grises, dos plumas de acero gastadas y corroídas, todos los recuerdos del maestro, guardados piadosamente en una vitrina por Hans Keller. que le conociste, dime cómo vivía. Cuéntamelo todo: háblame del poeta... del héroe.