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Y entonces, en ese profundo silencio, Azorín ha dicho: Orsi, toque usted algo de Beethoven... la última sinfonía... estamos solos... Y Orsi ha contestado: Beethoven... Beethoven... Azorín, un poquito de cognac por Beethoven. Y el violoncello, por última vez, ha cantado en notas hondas y misteriosas, en notas que plañían dolores y semejaban como una despedida trágica de la vida.

El sol iba cayendo lentamente hacia la parte de Madrid, cuyas torres, puntiagudas y negruzcas, aparecían envueltas en una atmósfera de polvo luminoso, y a lo lejos se oía el rumor confuso de muchos ruidos juntos, que semejaban la turbulenta respiración de la ciudad.

Pararon en una habitación relativamente chica, con ventana de reja, donde las negras vigas del techo semejaban remotísimas, y asombraban la vista grandes estanterías de castaño sin barnizar, que en vez de cristales tenían enrejado de alambre grueso.

Sobre uno de los lienzos de la tapia se alzaban los palos de los barcos del muelle, que con sus numerosos cables, enlazándose y cruzándose en todos sentidos, semejaban de lejos arañas monstruosas. Una gran puerta enrejada de hierro ponía en comunicación a la huerta con el muelle.

El patio, que era pequeño y se comunicaba con la huerta por una reja de madera casi siempre abierta, estaba muy mal empedrado, resultando tan irregular el paso de la coja, que los balanceos de su cuerpo semejaban los de una pequeña embarcación en un mar muy agitado.

Las suaves colinas vestidas de pinos que bordeaban las orillas y que nuestros viajeros iban dejando atrás una en pos de otra semejaban lomos erizados de animales monstruosos y fantásticos. Las conversaciones de falúa a falúa fueron cesando. Las embarcaciones recobraron su autonomía viviendo para . Oigamos algo de lo que se charlaba en ellas.

Desde la puerta, el primer golpe de vista era singular: aquellos hombres, medio desnudos, color de tabaco, y rebotando como pelotas, semejaban indios cumpliendo alguna ceremonia o rito de sus extraños cultos. A Amparo no se le ocurrió este símil, pero gritó: Jesús.... Parecen monos.

Sabía de todo, despreciaba a los españoles disimulándolo, idolatraba a su hija Marta, y venía a hacerse rico. Detrás de esta pareja entraron, también del brazo, Marta Körner y Bonis; les seguía de cerca, solo, D. Juan Nepomuceno, que parecía haberse azogado las patillas, que semejaban pura plata.

¡ señor, un grandísimo bellaco! repitió don Pedro, poniéndose tan encendido que las arrugas de su rostro semejaban los pliegues y abolladuras de un pimiento riojano . Y aquí está D. Pedro del Congosto, para sostener lo que ha dicho, aquí y fuera de aquí en la forma y manera que usted lo crea conveniente. ¡Oh, Sr. D. Pedro! exclamó lord Gray con júbilo . ¡Qué gran placer me proporciona usted!

Traía la cabellera salpicada de brillantes que semejaban estrellas perdidas en una nube de oro, el cuello ceñido por hilos de perlas menos blancas que su pecho, y todas las líneas de su cuerpo admirable envueltas en telas primorosas, antes dispuestas para revelar la forma que para encubrir la desnudez.