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Actualizado: 17 de junio de 2025


En esto, les sirvió de peine unas manos, que si los pies en el agua habían parecido pedazos de cristal, las manos en los cabellos semejaban pedazos de apretada nieve; todo lo cual, en más admiración y en más deseo de saber quién era ponía a los tres que la miraban.

Detrás de la cadena del Jura, los rayos de oro que hendían las nubes aglomeradas sobre las cumbres, semejaban un inmenso trofeo de espadas.

Ofrecía, por la estación en que nos hallamos, un tono amarillo que los rayos del sol tornaban brillante y dorado. Los castañares y los bosques de hayas, con su follaje gualdo y verde, semejaban grandes telas de brocado extendidas sobre los collados y las montañas. Los blancos caseríos colgados aquí y allá, unos enfrente de otros, se enviaban un saludo matinal.

Servían de fondo a la figura los troncos de los árboles atigrados por manchas musgosas, y en torno de su cabeza revoloteaban hojas secas de plátano que, traídas y llevadas por el viento, semejaban errantes estrellas de oro.

Me vine a casa y no pude parar en ella. Hace dos horas que ando dando vueltas por las calles y tantas cosas he pensado que tengo la cabeza como un volcán... No había más que mirarle para cerciorarse de la verdad. Sus ojos sanguinolentos semejaban lava encendida: la boca un negro, espantoso cráter.

Y, aunque era de las enjalmas y mantas de sus machos, hacía mucha ventaja a la de don Quijote, que sólo contenía cuatro mal lisas tablas, sobre dos no muy iguales bancos, y un colchón que en lo sutil parecía colcha, lleno de bodoques, que, a no mostrar que eran de lana por algunas roturas, al tiento, en la dureza, semejaban de guijarro, y dos sábanas hechas de cuero de adarga, y una frazada, cuyos hilos, si se quisieran contar, no se perdiera uno solo de la cuenta.

Las mujeres parecía como que bajaban, y sus voces confusas y discordantes semejaban el altercado frenético de una horda de euménides. Retrocedió Clara y volvió á bajar, estando á punto de resbalar y caer algunas veces.

Aquí todo se efectuaba de un modo suave, inocente, espiritual: los pequeños sacudimientos de que hemos hecho mención semejaban el leve rizado de un lago trasparente y hermoso. Era aquella tertulia como una antesala del cielo, donde las relaciones de los ángeles, de los santos y las santas alcanzan el supremo grado de la pureza inmortal.

El agua batía la peña donde se hallaban, salpicándoles de espuma y entrando y saliendo sin cesar en las profundas concavidades de la roca, que parecía hueca como un edificio. Las corrientes que se precipitaban por ellas despertaban en su seno extraños y confusos rumores, que unas veces semejaban los ecos lejanos de un trueno, otras los ronquidos profundos de un órgano.

La verja, que cerraba el cuadrilátero, caía a la calle de Rívoli, y al través de sus hierros se veían pasar, envueltas en las azules neblinas de la tarde, estrechas berlinas, ligeras victorias, landós que corrían al brioso trote de sus preciados troncos, jinetes que de lejos semejaban marionetas y peones que parecían chinescas sombras.

Palabra del Dia

rigoleto

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