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Fué inclinándose el vapor de un modo alarmante, mientras los hombres obedecían esta orden sin perder su serenidad. Una trepidación desesperada conmovió la cubierta. Eran las máquinas, que lanzaban estertores agónicos, al mismo tiempo que huía por la chimenea un torrente de humo denso como tinta. Los fogoneros volvieron á la luz con los ojos dilatados por el espanto sobre sus caras negruzcas.

Apareció a estribor la arboleda de una punta de muelle, con un edificio empavesado de banderas de señales. El agua tenía la suciedad de los espacios cerrados. Las espumas eran negruzcas. La proa del buque partía islotes de basura, que al abrirse enviaban sus fragmentos hasta los muelles. Sobre los maderos flotantes destacábanse el lomo verdoso y los ojos saltones de unas ranas enormes.

Sentado sobre aquel cañón, y rodeado de aquellos restos, supe pasaba muchas horas el matandá. Las negruzcas ruinas del baluarte de Cotta, y su inválido cañón, claramente demostraban que por allí había pasado la tea incendiaria de la piratería morisca.

Los guardias cansáronse pronto de este registro infructuoso. El guardia más antiguo miraba maliciosamente, como un perro que husmea, hacia el grupo de mujeres. Por allí cerca debía estar el escondrijo. ¡Pero cualquiera hacía mover a las secas y negruzcas matronas de sus asientos! Bien claro hablaban los ojos hostiles de estas damas. Habría que arrastrarlas a viva fuerza, y eran señoras.

Las dos son negruzcas, flacas, con aire de gitanas, pero jamás se verán en toda su vida tan admiradas y obsequiadas.

Ella marchaba al mismo paso que yo, con una agilidad de campesina; en sus miradas se expresaba alternativamente la timidez, la audacia y el enfado. El día estaba gris, el mar lleno de bruma; el viento silbaba entre los árboles, agitando las hojas rojizas de las hayas que aun quedaban en las ramas y las copas negruzcas de los pinos. Grandes gotas de agua sonaban en la hojarasca seca.

En otra parte, piedras negruzcas diseminadas por el ventisquero, absorben y concentran el calor, y perforando el hielo que tienen debajo, lo llenan de agujerillos cilíndricos. En cambio, más lejos, grandes montones de escombros y piedras grandes impiden que penetre en la capa inferior el calor solar.

De trecho en trecho la capa de yeso había caído y dejaba aparecer las piedras negruzcas de las paredes. Se habría creído que el tiempo, como una larga enfermedad, había cubierto de llagas ese cuerpo respetable. La puerta de entrada estaba abierta. Penetré en un gran vestíbulo obscuro, del que se desprendía un olor de cal y de moho.

Marchábamos por la orilla del mar, subiendo y bajando por una sucesión de colinas de poca altura, cubiertas de matorrales. Veíamos a lo lejos ruinas negruzcas de algún castillo, casas de campo, cuyas chimeneas arrojaban columnas de humo en el aire, verdes praderas, lomas también verdes y algunos bosques espesos y sombríos. El primer día, por la tarde, comenzaron las reyertas entre Ugarte y Allen.

Viéndose en el camino, á cierta distancia de la taberna, echó á correr, y cerca ya de su barraca arrojó en una acequia el pesado taburete, mirando con horror las manchas negruzcas de la sangre ya seca. Batiste perdió toda esperanza de vivir tranquilo en sus tierras. La huerta entera volvía á levantarse contra él.