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Vamos dijo el viajero lleno de gozo , humanidad tenemos. Ese es el canto de una muchacha; , es voz de mujer, y voz preciosísima. Me gusta la música popular de este país.... Ahora calla.... Oigamos, que pronto ha de volver a empezar.... Ya, ya suena otra vez. ¡Qué voz tan bella, qué melodía tan conmovedora!

Oigamos, pues, lo que dice Linguet, en general, relativo á nuestro objeto, y no olvidando la parcialidad de este crítico por su nación: «Los franceses, dice, deben á los españoles cien veces más que á todos los demás pueblos de Europa.

En un banco cercano están sentados Cleto Rejones y el tío Merlín, con su habitual expresión de travesura. De pie, y retratadas en su semblante la indignación y la repugnancia que la escena le produce, el madrileño, junto á su fiel amigo don Silvestre, que participa, por simpatía, de la situación moral del primero. Oigamos lo que allí pasa.

Pero me parece que se prolonga demasiado la conversación de Inés con lord Gray, y voy a hacer que hablen en corrillo donde les oigamos todos. Sr. D. Gabriel, ni un momento debe abandonarse el ejercicio de la prolija autoridad materna. ¡La autoridad! ¿Qué sería del mundo sin la autoridad? En efecto, ¿qué sería? ¡El caos, el abismo!

Oigamos al célebre deán Funes describir la enseñanza y espíritu de esta famosa Universidad, que ha provisto durante dos siglos de teólogos y doctores a una gran parte de la América: «El curso teológico duraba cinco años y medio... La Teología participaba de la corrupción de los estudios filosóficos. Aplicada la filosofía de Aristóteles a la Teología, formaba una mezcla de profano y espiritual.

Y cuando alguna vez oigamos esos tiros tan alegres que suenan en el café y dentro de las casas, podremos decir: «Gracias a nuestra ama hemos sentido también dentro del cuerpo esa descargaBendita sea la mano que sabe dar cosas tan buenas y que no arrepara a quién las da.

Parnell está allí; ha hablado ya. Si la herencia política de O'Connell es pesada, la tradición de su elocuencia es abrumadora... Oigamos a Gladstone: ante todo, la autoridad moral, incontrastable de aquel hombre sobre la asamblea. Liberales, conservadores, radicales, independientes, irlandeses, todo el mundo le escucha con respeto.

¿Pues cómo se entiende, bellaco, que apenas llegados á ella oigamos ya la charla de esos condenados ingleses? ¿Qué peores ni más dañinas sabandijas para un buen caballero francés? ¡Que se larguen pronto, maese, y de lo contrario, tanto peor para ellos y para vos!

¡, oigamos también al gascón! apoyó otra voz. ¡Soldados! exclamó Claudio Latour sin hacerse de rogar. No haré más que recordaros lo mucho y bueno que aquí dejáis y la triste recompensa que váis á buscar en lejana guerra. La libertad y el rico botín en Auvernia, la severa disciplina y mísera paga en el ejército.

Mil avemarías y otros tantos credos rezados con los brazos en cruz ante el altar de la Virgen, servirán para recordaros que el Supremo Creador nos dió dos orejas y una sola lengua, para que oigamos mucho y hablemos poco. Enviadme aquí al hermano Maestro.