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En términos de plurilingüismo, existen comunidades virtuales, por ejemplo lo que suelo llamar las 'Naciones de los idiomas', es a saber todos los usuarios que comparten la misma lengua materna, cualquiera que sea su entorno geográfico.

Diciendo esto le cogía por un brazo y le sacudía con ira materna y correccional. «Mira que no te podemos sufrir... Lo que tienes es mucho mimo».

No sólo en aquella ocasión, sino en otras varias, observé que al separarse de doña María y al sentirse libre del peso de aquella gran losa de la autoridad materna, desbordábanse en ella con desenfrenada impetuosidad, fantasía, sentimiento, ideas y deseos. Presenciando la sesión, no cabía en misma; tan inquieta estaba, y tan sublevados sus nervios y tan impresionados sus sentidos.

Al indicarle la muchacha que hablase con su madre y que le encargase la obra de costura que ella debía hacer, ¿no estaba claro que Juanita se mostraba propicia a entrar en cierto género de relaciones, aunque no a hurto, sino a sabiendas y con beneplácito de la autoridad materna?

Pero me gustan tanto los niños, que tengo verdadera manía por ellos, y los ajenos me parece que deberían ser míos... y, créalo usted, no tendría escrúpulo de conciencia en robar uno, si pudiera... Pues yo también, si pudiera... declaró Fortunata, que no quería ser menos que su rival en aquello de la manía materna. ¿Pero es que se le han muerto a usted, o que no los ha tenido?

Y apretando calurosamente las manos de la joven, partió con tales modos, que todos le creíamos con el corazón despedazado y tuvimos lástima de él. Poco después Asunción, acompañada de su ayo, salió a la calle, y la santa imagen, entrando en la casa materna, volvió a su altar.

Tenía un hombro al aire, y una de las nalgas estaba también a la intemperie. ¡Con cuánto amor pasó la mano por aquellas finísimas carnes, de las cuales pensó que nunca habían conocido el calor de una mano materna, y que estaban tan heladas de noche como de día! «Toca, toca dijo a la criada ; muertecito de frío». Y al Sr. Izquierdo: «Pero ¿por qué tiene usted a este pobre niño tan desabrigado?».

No tienen más misión que vivir, que empezar por su modesta existencia la dilatada serie de seres que sólo ellos pueden producir. Esos pequeñuelos, vivos ó muertos, les sustentan con su propio ser, administrándoles desde abajo la gelatina de vida que sacan incesantemente del agua materna.

Verdad es que el muchacho, con su instinto y buen ingenio, había descubierto un medio habilísimo para atacar la severidad materna; y era que cuando su ayo o la Condesa no le hacían el gusto en alguna cosa, poníase los puños en los ojos, comenzaba a regar con pueriles lágrimas los veinte años de su cuerpo, y exclamaba: «Señora madre, yo me quiero meter fraileEstas palabras, esta resolución del muchachuelo, que de ser llevada adelante troncharía implacablemente el frondoso árbol mayorazguil, difundía el pánico por todos los ámbitos de la casa.

Llegaba hasta admitir, como indispensable en el régimen político de su tiempo, la mojigatería del Estado, pero la mojigatería privada le reventaba. Lo más grave de todo era la lucha de Carolina con sus hijos varones. El pequeño no podía librarse aún de la tutela materna, y estaba todo el día en la iglesia con su librito en la mano.