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Actualizado: 26 de junio de 2025
Pero estos clérigos filósofos son torpes de lengua afirmó Amaranta . Aquí hablarán más los seglares, y será tal el barullo, que veremos escenas tan graciosas como las de un concejo de pueblo con fuero. Amiga, preparémonos a reír. Ya parece que tienen presidente. Oigamos lo que lee aquel caballerito que está en el escenario y que parece un mal actor que no sabe el papel.
Oigamos al conde De Daru, en su célebre Historia de Venecia, referir el suceso: «Tan inminente se creyó el peligro dice , que se creó una autoridad dictatorial después de la victoria. Un consejo de diez miembros fué nombrado para velar por la conservación del Estado.
Oigamos á la Dorotea, que aún no ha concluído : Sospeché que aquella Margarita, que citaba misteriosamente á don Rodrigo, era la reina, y como no me atrevía á quedarme con una sola de las cartas, las miré, las remiré, hasta que fijé en mi memoria la forma de las letras de aquellas cartas, de modo que estaba segura de no engañarme si veía otro escrito indudable de la reina.
En suma, el Vizconde pudo hablar con Rafaela en medio de aquel bullicio, como si estuviesen ambos a solas. Aunque pequemos de entrometidos, acerquémonos al sofá del boudoir en que ambos están sentados y oigamos algo de lo que dicen. Sin duda habían hablado ya de muchas cosas, cuando Rafaela prosiguió diciendo: Ahora soy independiente y libre como el aire.
Pero ya que de esto hemos venido á hablar, oigamos describir al mismo historiador la manera cómo montó á caballo por última vez el protagonista del siglo de los héroes, el vencedor de mil combates, el hombre de hierro.
5 Y dijo Absalón: Yo te ruego que llames también a Husai araquita, para que asimismo oigamos lo que él dirá. 6 Y cuando Husai vino a Absalón, le habló Absalón, diciendo: Así ha dicho Ahitofel; ¿seguiremos su consejo, o no? Di tú. 7 Entonces Husai dijo a Absalón: El consejo que ha dado esta vez Ahitofel no es bueno.
-Déosle Dios tan bueno -dijo la duquesa-, señor don Quijote, que siempre oigamos buenas nuevas de vuestras fechurías. Y andad con Dios; que, mientras más os detenéis, más aumentáis el fuego en los pechos de las doncellas que os miran; y a la mía yo la castigaré de modo, que de aquí adelante no se desmande con la vista ni con las palabras.
La opulencia de la mina y la generosidad de Salcedo y de su hermano don Gaspar atrajeron, en breve, gran número de aventureros a Laycacota. Oigamos a un historiador: «Había allí plata pura y metales, cuyo beneficio dejaba tantos marcos como pesaba el cajón. En ciertos días se sacaron centenares de miles de pesos».
Se ha levantado, se arregla el solideo, echa atrás la capa. ¿Le conoce usted? Yo no. Ni yo. Oigamos qué dice. Dice que sería prudente adoptar una serie de proposiciones que tiene escritas en un papelito. Bueno: léanos usted ese papelito, señor cura. Parece que hablará primero. ¿Pero quién es? Parece un santo varón.
Aunque sea una indiscreción, o por mejor decir, una bajeza el acechar, oigámoslos en la huerta escondidos detrás de este naranjo, cuyo tronco permanece firme, mientras sus flores se han marchitado y sus hojas se han caído, como queda en el fondo del alma la resignación, cuando se ha ajado la alegría y se han muerto las esperanzas; oigamos, volvemos a decir, el coloquio que en secreto conciliábulo tienen los mencionados confidentes, mientras fray Gabriel, que está a mil leguas, aunque pegado a ellos, amarra con vencejos las lechugas para que crezcan blancas y tiernas.
Palabra del Dia
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