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Su larga tizona y el fuerte arco que llevaba á la espalda revelaban su profesión, así como las averías de su cota de malla y las abolladuras del casco decían á las claras que llegaba de los campos de batalla, á la sazón teñidos en sangre inglesa y francesa en la guerra que proseguían Eduardo III y su hijo el Príncipe Negro contra el Rey Carlos V de Francia.

¡ señor, un grandísimo bellaco! repitió don Pedro, poniéndose tan encendido que las arrugas de su rostro semejaban los pliegues y abolladuras de un pimiento riojano . Y aquí está D. Pedro del Congosto, para sostener lo que ha dicho, aquí y fuera de aquí en la forma y manera que usted lo crea conveniente. ¡Oh, Sr. D. Pedro! exclamó lord Gray con júbilo . ¡Qué gran placer me proporciona usted!

El sombrero hongo revelaba servicios dilatados en diferentes cabezas, hasta venir a prestarlos en aquella, que quizás no sería la última, pues las abolladuras del fieltro no eran tales que impidieran la defensa material del cráneo que cubría.

Era una mujer más envejecida que vieja, y bien se conocía que nunca había sido hermosa. Debió de tener en otro tiempo buenas carnes, pero ya su cuerpo estaba lleno de pliegues y abolladuras como un zurrón vacío. Allí, valga la verdad, no se sabía lo que era pecho, ni lo que era barriga. La cara era hocicuda y desagradable.

Hecha cata y cala de los botes, fendientes, estocadas, tajos y mandobles de la revuelta, resultó como casi siempre, ser mayor la salva que el provecho; quiero decir que todo se redujo a no muchos levantes de espadas y a cuatro abolladuras de cabeza.

Piedra va, piedra viene, empezaron las abolladuras de nariz, las hinchazones de carrillos y los chichones como puños. Mientras mayor era el estrago, mayor el denuedo: «¡Leña!, ¡atiza!, ¡dale!». ¡Qué ardientes gritos de guerra! Ni las moscas se atrevían a pasar por el espacio en que se cruzaban las voladoras piedras.