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Con ser tan abultados los autos, no contenían tantas ideas, tantas fórmulas de investigación, tantos ni tan variados argumentos como los que ella febrilmente acumulaba en su cerebro aquella tarde, aquella noche, y en las horas claras y obscuras de tres días sucesivos.

La vizcondesa salió, pero antes paróse un momento en el umbral del taller para enjugar sus lágrimas que arrasaban sus ojos; por fin, dirigióse con rápido, paso hacia las habitaciones de Beatriz: ésta, que esperaba el resultado de la entrevista paseando febrilmente por las alamedas del jardín, corrió al encuentro de Elisa desde que la viera aparecer, e interrogándola angustiosamente: ¿Y bien?

Esta le apretó con fuerza la mano poniéndose a caminar al lado de Pedro, mientras le decía agitada febrilmente: Nada de depresivo para usted... nada que pueda herir su dignidad... ¡Al contrario!... Se ha sentido conmovida hasta el llanto de lo que ella llama su generosidad de usted... Pero el caso es que ha tomado una gran resolución... Se va al convento... Entra carmelita... , señor, carmelita... Mi sorpresa es tan grande como la de usted... porque yo sabía que era piadosa, creyente, pero no beata... Necesariamente la lleva a dar este paso esa vida miserable que arrastra al lado de su horrible tía de usted... dispénseme usted la palabra... Le he prometido guardar el secreto para con todo el mundo, excepción hecha de usted... Porque su tía de usted se pondría furiosa de perderla y Beatriz no la prevendrá hasta el último momento por miedo de que le juegue una mala pasada... Y ahora, amigo mío, si quiere usted tomar mi consejo...

¿Qué dicen hoy de la guerra?... Y mientras el viejo marino le daba noticias, él leyó febrilmente las líneas agrupadas á continuación de dicha nombre. Quedó desorientado. Eran poca cosa para él, que ignoraba los hechos anteriores aludidos por el periódico.

Lord Gray nos obsequió en su casa con una espléndida cena; sacamos luego el libro de las cuarenta hojas y con sus textos pasamos febrilmente entretenidos la noche.

Se sentaron. Comenzó don Manuel a hablar animadamente con la voz impregnada de emoción y de dulzura. Salvador le atendía en silencio, sin dejar de mesarse la barba febrilmente; y en esto se oyeron en el pasillo unas palabras recias y unos pasos sonoros. Son el cura y el maestro dijo don Manuel contrariado.

Pepita ha proferido una ligera exclamación de terror. ¡Ay, Azorín, a París, y qué lejos que está eso! Tiene razón Pepita en asustarse. París está muy lejos; además, allí no hablan como nosotros. ¿Qué va a hacer Azorín en París? París es una ciudad donde se vive febrilmente, donde las mujeres son pérfidas, donde las multitudes corren por las calles con formidable estruendo.

Todos le miraban de reojo, pero jamás oyó desde los campos cercanos al camino una palabra de insulto. Le volvían la espalda con desprecio, se inclinaban sobre la tierra y trabajaban febrilmente hasta perderle de vista. El único que le hablaba era el tío Tomba, el pastor loco, que le reconocía con sus ojos sin luz, como si oliese en torno de Batiste el ambiente de la catástrofe.

Cuando sonaba la hora de la llegada de Juan, acechaba sus pasos en la escalera. Al principio lo hacía maquinalmente, ansiosa de ver calmarse a su padre; pero una noche sorprendiose de esperar a Juan tan febrilmente... ¡Cómo, su camarada de la infancia la preocupaba hacía algún tiempo! ¿Era, pues, un hombre nuevo o lo había desconocido hasta entonces?

Se dejó avasallar por una idea insensata: todo lo que había sucedido y todo lo que pudiera suceder aún, no sería obstáculo para el advenimiento, tarde o temprano, de la misteriosa felicidad. Entonces, repentinamente, las palabras le nacieron abundantes, como agua que se desborda. Se apuraba febrilmente, y sólo tenía verdadera conciencia de cada frase, cuando la había ya pronunciado.