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EUSTAQUIO. Si es el Ocervo que yo me imagino, le vencerá desde el primer encuentro... En fin, tranquilícese... Yo me las apañaré para que no resulte mas que herido. ¿Dónde se bate usted...? EL SE
El vizconde se marcha seguido del señor Sharp; diez minutos después de esta visita, el maestro recibe otra: el comandante Prune le trae a un caballero moreno, de tez olivácea, que tampoco parece muy tranquilo. Le traigo a mi amigo el señor Gómez Ocervo, que tiene mañana una cuestión de honor. Gómez: el señor maestro Bouteloup, cuyo elogio le he hecho! GÓMEZ. ¡Celebro mucho conocerle, maestro!
Mi coche está ahí. Iremos juntos. ¿Adonde nos dirigimos? Telefonaremos a las señoras, que vendrán a reunirse con nosotros, y así se conocerán mejor. Dicho y hecho; el vizconde y el señor Ocervo suben a la misma limosina; todo el mundo está locamente alegre, menos el chauffeur del vizconde, que no comprende nada de esto.
Al día siguiente nuestros testigos poníanse a trabajar; mi adversario, un tal Gómez Ocervo, español, exigió la espada. Esto es muy desagradable para mí, porque no sé coger un florete. ¡Me bato mañana, y seré incapaz de defenderme...! EUSTAQUIO. ¡Creo conocer a su adversario...! ¡Calle...! ¡Ocervo...! ¡Pertenece a la sala Massena...! ¡Es un tipo muy bragado...!
Palabra del Dia
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