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Después de santiguarse, y en chanclas y envuelto en el capote, se dirigió al jardinillo; y el corazón le dio tan gran vuelco que casi se le escapa por la boca junto con el taco redondo que lanzó. ¡Canario! ¡Me han robado! Y cayó al suelo presa de un accidente. En efecto, había desaparecido una de las tres estacas.

Con una cuarta de taco que pudiera meter en la mesa el farmacéutico, golpe hecho por donde menos podía esperarse. Para una fuerza inicial como llevaba su bola, no había nada seguro en la mesa, ni en las inmediaciones las más de las veces. El Ayudante desfogaba sus contrariedades llamándole san Bruno, y chiripero, y leñador y otras cosas parecidas.

Murió como un valiente De su Escuadron al frente Cargando con valor, En un túmulo inmenso Y en medio del incienso Del taco del cañon. No cánticos pagados... Sus voces sus soldados Alzaron en loor; No funerales fuegos... Ardientes lanzafuegos Brillaron en su honor. No triste terciopelo, Ni lágrimas de hielo, Ni orgullo y vanidad; Banderas le envolvieron, Y ¡vivas! le siguieron A la mansion de paz.

258 Se venían tan calladitos que yo me puse en cuidao; tal vez me hubieran bombiao y ya me venían a buscar; mas no quise disparar, que eso es de gaucho morao. 259 Al punto me santigüé y eché de giñebra un taco; lo mesmito que el mataco me arroyé con el porrón; si han de darme pa tabaco, dije, ésta es güena ocasión.

En sus cortos momentos de ocio aparecía como hombre sosegado, indiferente, linfático; pero así que tenía las cartas en la mano, o el taco, o las fichas del dominó, adquiría su figura brío inusitado, el rostro se le mudaba, las manos se estremecían como potros refrenados, los ojos expresaban la energía recóndita de su alma. Inspiraba generales simpatías en la población y las cercanías.

¡Cómo enrojeció el borregote viéndola!... Al pasar ella por segunda vez, quedó como encantado, con una pierna de cordero en la diestra sin dársela á su panzudo patrón, que en vano la esperaba, y el cual, soltando un taco redondo, llegó á amenazarle con su cuchilla. La tarde fué triste.

Segundo: una infinidad de canciones a la italiana, a cual más detestables. Tercero: un aire de taco, un gesto de ¿qué se me da a ?, una desenvoltura, un sans-faon, capaz de rallar las tripas a todos los habitantes de Villamar, cuyas desgraciadas orejas y más desgraciadas mandíbulas conservaron largo tiempo deplorables testimonios de aquellas nuevas adquisiciones.

Los nombres sustitutos son éstos: «Cucho», «Chocho», «Cacho», «Gogo», «Gogó», «Tito», «Toto», «Totó», «El chino», «Baby», «El Bebe», «Nenín», «Charlín», «El gordo», «El flaco», «Nono», «Fito», «El rubio», «El negro», «Perucho», «El gringo», «El mono», «Taco», «Cotaco», «El alemán», «El inglés», «El vasco», «El Tuerto», «Pototo», «Poroto», «Lalo», «El nene», «Peringote», «Piringo», «El gallo», «El gato». En fin... cuento de nunca acabar.

Entonces entró D. Luis en el salón donde jugaban, dando taconazos recios, con estruendo y con aire de taco, como suele decirse. Los jugadores se quedaron pasmados al verle. ¡ por aquí a estas horas! dijo Currito. ¿De dónde sale Vd., curita? dijo el médico. ¿Viene Vd. a echarme otro sermón? exclamó el conde.

Soltó un taco madrugador y cogió el guante con dos dedos, levantándolo hasta los ojos. ¿Quién diablos ha andado aquí? preguntó a las auras matutinas. Guardó el guante en un bolsillo, recogió las semillas que no había llevado el viento, y con gran cuidado volvió a escoger y separar los granos. Se trataba de una singularísima especie de pensamientos monocromos, invención suya.