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A la puerta del salón le cerraba el paso una cosa tendida en el suelo; alzó el pie; era Perucho, en cueros, acurrucado. No se le oía el llanto: veíase únicamente el brillo de los gruesos lagrimones, y el vaivén del acongojado pecho. Compadecido el capellán, levantó a la criatura. Sus carnes, mojadas aún, estaban amoratadas y yertas. Ven por tu ropa le dijo . Llévala a tu madre para que te vista.

Aquella noche misma escribió al marqués la buena noticia. Pasaron días, siempre bonancibles. Proseguía Sabel mansa, Primitivo complaciente, Perucho invisible, la cocina desierta. Sólo notaba Julián cierta resistencia pasiva en lo tocante al gobierno de los estados y hacienda del marqués. En este terreno le fue absolutamente imposible adelantar una pulgada.

Don Pedro se acercó entonces, y mudando de tono, preguntó: ¿Qué es eso? ¿Tiene algo Perucho? Púsole la mano en la frente y la sintió húmeda. Levantó la palma: era sangre. Desviando entonces los brazos, apretando los puños, soltó una blasfemia, que hubiera horrorizado más a Julián si no supiese, desde aquella tarde misma, que acaso tenía ante a un padre que acababa de herir a su hijo.

Tendía ansiosamente las manos, y Perucho, comprendiendo la orden, acercaba la cabeza cerrando los párpados; entonces la pequeña saciaba su anhelo, tirando a su sabor del pelo ensortijado, metiendo los dedos de punta por boca, orejas y nariz, todo acompañado del mismo gorjeo, y entreverado con chillidos de alegría cuando, por ejemplo, acertaba con el agujero de la oreja.

Semejante pensamiento devolvió a Perucho toda la actividad y energía que acostumbraba desplegar para el logro de sus azarosas empresas en corrales, gallineros y establos. Escurrióse bonitamente de la capilla, resuelto a salvar a toda costa la vida de la heredera de Moscoso. ¿Cómo haría?

Pero... el señorito..., ¿qué tiene que ver el señorito...? El cura de Naya saltó a su vez, sin que ninguna mosca le picase, y prorrumpió en juvenil carcajada. Julián, comprendiendo, preguntó nuevamente: Luego el chiquillo... el Perucho.... Tornó don Eugenio a reír hasta el extremo de tener que limpiarse los lagrimales con el pañuelo de cuadros.

Perucho alzó hasta la boca un pie, luego otro, y así alternando se pasó un rato regular; sus besos hacían cosquillas a la niña, que soltaba repentinas carcajadas y se quedaba luego muy seria; pero que en breve empezó a sentir el frío, y con la rapidez que revisten en los niños muy chicos los cambios de temperatura, los piececillos se le quedaron casi helados.

Estando sacando la gente dos horas antes que amanesciese, é que estaría del fuerte fuera más que la mitad, fuimos sentidos de los turcos y tocaron á arma, é por no dar lugar á que se recogiesen, ordené que la vanguardia partiese, é yo con obra de 60 hombres seguí el camino que había determinado, dejando atrás los capitanes que arriba digo, así para que hiciesen á la gente que iba saliendo que me siguiese, como para que hiciesen lo que tengo dicho, después de salida toda la vanguardia de á camino por donde le había yo ordenado, é rota la guardia de algunas trincheas, llegaron á las tiendas donde iban, é yo con la poca gente que me seguía rompí la guardia de la artillería, y pasando algunas trincheas para irme á junctar con la vanguardia, estando ya muy adelante, me dió voces Perucho de Morán Ricardo que dónde iba, que no me seguía nadie, é que la avanguardia se le iba dando la carga los turcos, y hallándonos solos el dicho Perucho y el Sargento mayor Maroto, que fueron los que no me desampararon, y estando irresolutos de lo que podíamos hacer, por ser imposible tomar el fuerte, por estar ya entre él y nosotros muchos turcos, el Perucho me dijo que le siguiera, que él me llevaría por parte que me pudiese salvar en nuestras galeras, é ayudándonos la escuridad de la noche lo hizo é me llevó á ellas, siguiéndonos algunos turcos, é peleando con ellos fué herido y preso el dicho Sargento mayor Maroto, y dél supo el Bajá Piali que yo estaba en las galeras, donde después, hasta que fuí preso, me dió una recia batería.

Aumentábase su compasión hacia Perucho, el rapaz embriagado por su propio abuelo; le dolía verle revolcarse constantemente en el lodo del patio, pasarse el día hundido en el estiércol de las cuadras, jugando con los becerros, mamando del pezón de las vacas leche caliente o durmiendo en el pesebre, entre la hierba destinada al pienso de la borrica; y determinó consagrar algunas horas de las largas noches de invierno a enseñar al chiquillo el abecedario, la doctrina y los números.

Cuando el nieto entró, la cara pulimentada y oscura de Primitivo podía confundirse con el tono bronceado de un acervo de calderilla o montaña de cobre, de la cual iban saliendo columnitas, columnitas que el mayordomo alineaba en correcta formación.... Perucho se quedó deslumbrado ante tan fabulosa riqueza. ¡Allí estaban sus dos cuartos! ¡Menuda pepita de aquel gran criadero de metal!