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La luna, ya sin la rivalidad del sol, triunfaba tranquila en el cielo, y los árboles del bosque inclinándose unos á otros, se confiaban sus seculares leyendas en misteriosos murmullos, que trasportaba en sus alas el viento.

9 Y dijo también a unos que confiaban en como justos, y menospreciaban a los otros, esta parábola: 10 Dos hombres subieron al Templo a orar: el uno fariseo, el otro publicano. 11 El fariseo, en pie, oraba consigo de esta manera: Dios, te doy gracias, que no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano;

Tenía a su madre en un pueblecillo de Castilla la Vieja; además, una hermana mal casada, con una turba de hijos, y todos confiaban en él, que era la gloria de la familia, «el señor cura», el ser excepcional.

Describían en los pueblos la campiña de Jerez como un lugar de abundancia, y las familias confiaban al manijero las hijas apenas entradas en la pubertad, pensando, con una avidez sin entrañas, en los reales que traerían recogidos después de la temporada de trabajo. El arreador de Matanzuela y algunos del corro, que eran manijeros, protestaron.

De trecho en trecho había estaciones ó palomares, á cada uno de los cuales llegaba con cada carta una paloma que á él pertenecía: los empleados allí confiaban la misma carta á otra paloma, que la llevaba hasta la próxima estación, y así sucesivamente llegaba la carta á su destino. De esta manera, sin duda, el califa recibía nuevas de cuanto iba ocurriendo en sus extensos dominios.

Los indianos deseaban más la nobleza y se atrevían más, confiaban en el prestigio de su dinero. Se buscaría por consiguiente un americano. Lo primero era que la chica sanase y engordase. Ana comprendió su obligación inmediata; sanar pronto. La convalecencia iba siendo impertinente. Toda su voluntad la empleó en procurar cuanto antes la salud.

Disfrutaban los Rodriguez todas las distinciones del usurpado mando con la mayor satisfaccion, fiados en la ciega subordinacion que les tenian los indios: pero se desvanecieron todas sus esperanzas la mañana del dia 9 de Marzo, en que improvisamente fué asaltada su casa, de los mismos que tanto confiaban, y nada menos intentaban que quitarles las cabezas y destruir toda la villa.

No todos los navegantes eran piadosos y confiaban su suerte al cielo. En el primer siglo del descubrimiento, esparcíase entre la gente marinera la leyenda del piloto Carreño, un argonauta osado y blasfemador, enemigo de Dios y de los santos.

Las había góticas, árabes, griegas y persas. Los más patriotas se confiaban á la inspiración de ciertos arquitectos que habían inventado un arte catalán, con ojivas, almenas y coronas de conde. Estas coronas medioevales, que se repetían hasta en los remates de los reverberos, eran el eterno tema decorativo de una ciudad industrial poco dada á los ensueños y áspera para la ganancia.

Confiaban en la dolencia que traía postrados á los más de los expedicionarios, y más les animó el accidente de haberse atascado la artillería en un pantano: mas no les salió la cuenta.