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El viejo sintió miedo al ver la punta de brasa que la ira encendió en los ojos de Rafael. Acababan de pasar otro puente; entraban de nuevo en la ciudad, y don Andrés en su miseria de viejo malicioso y cobarde, retrocedió como si quisiera ocultarse tras la casilla de los guardias de consumos, librándose de la bofetada que ya veía cortando el aire.

La acción de la primera, prescindiendo de otros sucesos mezclados con ella, es la siguiente: Habiendo guerra entre Castilla y Aragón, Don Pedro, Príncipe de este último reino, se dirige clandestinamente á la corte castellana para pretender la mano de la princesa Elena, siendo descubierto por un espía y hecho prisionero, y librándose por la intercesión de la Princesa, que huye con él á Zaragoza.

Y fue saludando a los cortejantes según salían de la casa. Al pasar Jaime ante él, sombrío y despechado, intentó retenerlo por un brazo. Debía esperar; él le acompañaría hasta la torre. Miraba con inquietud al Ferrer, que se había quedado detrás de él, retardando voluntariamente su salida de la casa. Pero el señor no le contestó, librándose de su brazo con rudo movimiento.

Miles y miles de hombres trabajaban en el arranque de esta tierra blanca contenedora de un excitante fertilizador. Los brazos eran pagados con generosidad y el dinero corría abundantemente. Rosalindo celebró como una protección de la suerte el haber huído de su país natal, librándose para siempre de su pobre y ruda profesión de arriero.

Cuando a la señora Angustias se le murió su esposo, el señor Juan Gallardo, acreditado remendón establecido en un portal del barrio de la Feria, lloró con el desconsuelo propio del caso; pero al mismo tiempo, en el fondo de su ánimo latía la satisfacción del que reposa tras larga marcha, librándose de un peso abrumador. ¡Probesito de mi arma!

Necesitaban matar al sacrílego. Ella se tenía también por una obra de arte viviente y quiso borrar el sacrilegio con la muerte. ¡Los crímenes intentados para despojarse de la vergüenza que latía en sus entrañas! ¡Los tormentos de la ocultación, la vida de placer seguida lo mismo que antes, pero con dolorosos esfuerzos para que no adivinasen su secreto!... Al regresar de las fiestas, librándose de la opresión que aplastaba su creciente exuberancia, eran las cóleras homicidas, los puñetazos locos sobre el globo de su vientre para aniquilar al rebelde que se empeñaba en vivir, el revolcarse sobre la alfombra con un histerismo homicida...

¡Oh, Miguel... Miguel! suspiró ella, librándose por un momento de la caricia para volver á someterse á aquellos labios que la perseguían con avidez. Hablaba como una vencida. Había vuelto de golpe á su pasado, estremeciéndose al contacto de tantas cosas olvidadas que una larga abstinencia hacía completamente nuevas. Esta boca ardorosa y dominadora la despertaba de un sueño que había durado años.

La muchedumbre rugía de entusiasmo; los aplausos sonaban como una granizada interminable. «La loca de la casa» había resucitado, haciendo otra vez de las suyas. Y el comandante, librándose del abrazo, acabó por inclinar su cabeza, rojo de vergüenza al pensar que aceptaba una mentira, pero agradeciendo al público aquella ovación, la primera de toda su existencia. Transcurrieron dos años.

En el choque de estos dos ríos marinos, los infinitos seres que arrastra el Gulf Stream desde los mares tropicales morían súbitamente helados. Una lluvia de pequeños cadáveres descendía á través de las aguas. Los bacalaos se aglomeraban para nutrirse con este maná, y era tan espeso, que gran parte de él, librándose de las ávidas mandíbulas, iba á depositarse en el fondo como una nevada caliza.

Sin más defensa que el chaquetón, toreó a la bestia, alejándola de la señora y librándose de sus furiosas acometidas con graciosos quiebros. La muchedumbre, olvidando el reciente susto, comenzó a aplaudir, entusiasmada. ¡Qué felicidad! Asistir a un simple acoso y encontrarse con una corrida casi formal, viendo torear a Gallardo gratuitamente.