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A los tres cuartos de hora se sentaba el enfermo por su propio esfuerzo y por su libre voluntad; otro cuarto de hora después, pedía minuciosas noticias de todo lo que le había pasado; a la hora y media, comía con gran apetito y bebía cuando le daban; y sin cumplirse las dos horas, ensayaba sus bríos de caminante pataleando sobre la nieve y rogando al Cura y a Neluco que se rompiera la marcha cuanto antes.

Sin embargo, aun antes que se rompiera el yugo clasicista, el filosofismo francés del siglo pasado había movido a los poetas de más alientos a crear el poema que todo lo enseñase; pero los más desecharon la acción, se limitaron al género didáctico, y trataron de escribir el nuevo poema De la naturaleza de las cosas.

En la Aduana de Salem, como anteriormente en la Antigua Mansión, pasé tres años; tiempo más que suficiente para que descansara mi cerebro fatigado y para que rompiera con antiguos hábitos intelectuales y adoptara otros nuevos; y tiempo también demasiado largo para la vida que llevé, tan completamente ajena á mis inclinaciones naturales, sin haber hecho en realidad nada que fuera provechoso ó agradable á algún sér humano, habiéndome retraído de una labor que, por lo menos, habría satisfecho los latentes deseos de mi espíritu.

Le compraba juguetes caros, le ponía en la mano, para que las rompiera, las figuras de china de la sala y le permitía comer mil golosinas. «¡Ah!, si fueras madre de verdad no harías esto...». «Pues si no lo soy, mejor... ¿A ti qué te importa?». «A nada. Dispensa, hija, ¡qué genio!». «Si no me enfado...». «¡Vaya, que estás mimadita!».

Toda la santa tarde estuvo mi hombre ocupado en el transporte de los ladrillos, y tuvo la satisfacción de que ni uno solo de los setenta se le rompiera por el camino. El contento que inundaba su alma le quitaba el cansancio, y provenía su gozo casi exclusivamente de que Jacinta, en aquel ratito en que le llevó aparte, le había dado un duro.

Quédese para la posteridad el arduo fallo, si bien parece infundada la última suposición, por cuanto el señor Rosendo, lejos de manifestar complacencia cuando la chica se metía en semejantes trifulcas, rompiera pocos días antes su mutismo para decirle cosas muy al alma sobre eso de buscar tres pies al gato y perder su colocación por locuras.

No te abandonaremos nunca manifestó el joven henchido de deseos de protección . ¿Sabes lo que te digo?... Para que lo sepas, chica, para que lo sepas, ten entendido que cuando yo me case... cuando yo me case, te llevaré conmigo para que seas la doncella de mi señora. Al soltar la carcajada se tendió Papitos para atrás con tanta fuerza, que el respaldo de la silla crujió como si se rompiera.

Ya las amistades y parentescos estaban tan explotados, que si se tiraba un poco más de la cuerda, era fácil que se rompiera. Los más generosos empezaban a poner mala cara, y los cicateros, cuando se les iba a cobrar la cuota, decían que no estaban en casa.

La timidez o falsa humildad endurecía esta, y como la energía interior no encontraba un auxilio en la palabra, porque la sumisión consuetudinaria y la cortedad no le habían permitido educarla para discutir, pasaba tiempo sin que la costra se rompiera. Por fin, lo que no pudieron hacer las palabras, lo hizo un acto.

Sentirían mucho que un error momentáneo les privara de sus buenos oficios, apreciados por ellas en todo su valor, y rompiera relaciones que consideran de un precio infinito.