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A las 6 de la tarde echaron la ancla á dos leguas de una bahia, que desde afuera parece una corta ensenada, que está al este del cerro alto en 15 brazas, y el fondo era barro muy pegajoso y fuerte.

De pie junto a él, con la mano izquierda en el bolsillo del pantalón, mascándose el bigote, dejaba caer miradas de crítico sobre el maravilloso cristal tan poblado de pelos como humana cabeza, en algunas partes cabelludo, en otras claro, en todas como recién afeitado, gomoso, pegajoso, con brillo semejante al de las perfumadas pringues de tocador. «Es una maravilla... ¡Qué manos!, ¡qué paciencia!

Pero tan pesado se puso el señorito, y con tal insistencia le coreaban los demás pidiendo que bebiese la señora, que esta tuvo miedo, y tomó la mitad del contenido del vaso pegajoso.

Se echaba sobre la nuca la blonda con que había cubierto su cabeza, desabrochaba su ligero gabán de viaje y aspiraba con delicia el airecillo húmedo y algo pegajoso que rizaba la superficie del río. Su mano se estremecía acariciando el agua. ¡Qué hermosa resultaba la escapatoria!

Junto á la puerta principal estaba el mostrador, mugriento y pegajoso; detrás de él, la triple fila de pequeños toneles, coronada por almenas de botellas conteniendo los diversos é innumerables líquidos del establecimiento.

Lo indudable es que hay máquina para muy poco tiempo. Aunque de ello estaba yo bien persuadido, la confirmación de mis sospechas por labios tan autorizados me produjo un efecto muy penoso. Aparte de los vínculos de sangre que me unían a don Celso, había en él prendas personales que le hacían muy pegajoso al cariño de los que le trataban.

No quisiera sentar plaza de pegajoso y, sin embargo, deseo que don Luis me necesite para poder verte y hablarte. Escríbeme muchoDon José comenzó a empeorarse, y con sus molestias, que iban diariamente en aumento, arreciaron los gastos.

«¿Qué era aquello, Señor, qué era aquello?». ¿Por qué en día semejante, cuando su espíritu acababa de entrar en vida nueva, vida de víctima, pero no de sacrificio estéril, sin testigos, si no acompañado por la voz animadora de un alma hermana; por qué en ocasión tan importuna se presentaba aquel afán de sus entrañas, que ella creía cosa de los nervios, a mortificarla, a gritar ¡guerra! dentro de la cabeza, y a volver lo de arriba abajo? ¿No había estado en la fuente de Mari Pepa entregada a la esperanza de la virtud? ¿No se abrían nuevos horizontes a su alma? ¿No iba a vivir para algo en adelante? ¡Oh! ¡quién le hubiera puesto al señor Magistral allí! Su mano tropezó con la de un hombre. Sintió un calor dulce y un contacto pegajoso. No era el Magistral. Era don Álvaro, que venía a su lado hablando de cualquier cosa. Ella apenas le oía, ni quería atribuir a su presencia aquel cambio de temperatura moral, que lamentaba para sus adentros, en tanto que veía a las jóvenes y a las jamonas vetustenses coquetear en la acera, y en las tiendas deslumbrantes de gas. Don Álvaro opinaba lo contrario, que bastaba su presencia y su contacto para adelantar los acontecimientos. Para tener idea de lo que Mesía pensaba del prestigio de su físico, hay que figurarse una máquina eléctrica con conciencia de que puede echar chispas.

Pegajoso limo cubre esa tierra blanda, en la cual resbala el pie que pongo en ella con repugnancia. Paréceme estar ya encerrado en el horrible calabozo y respiro con asco su aire rancio y mefítico, y, sin embargo, aquel aire es puro, comparado con el olor de moho y osamentas que sale de la abertura mellada de la mazmorra. Me asomo al negro agujero é intento divisar algo, pero nada veo.

Poca cosa: curarle una herida, bastante grave. ¿Aquella cicatriz que tiene que le cruza la mandíbula? Justamente. ¿Es usted médico? De afición.... Y por casualidad. Calló Artegui, y no osó inquirir más Lucía. El calor iba en aumento, más pegajoso cada vez. Parecía el día de otoño sofocante jornada estival, y el polvillo del carbón, disuelto en la candente atmósfera, ahogaba.