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En la calle de la Ruda tuvo que agarrarse del brazo de Isidro para poder andar sobre el asfalto resbaladizo, cubierto de hojas verdes, paja mojada y escamas de pescado. Mujeres de delantal mugriento, abombado por la voluminosa panza, pregonaban el buen repollo y la fresca escarola.

Y exhibían ante la mirada atónita de los caseros, habituados á la vida sobria y humilde de la montaña, aquellas riquezas en fajos de papel mugriento. Los más acomodados del país se acercaban á ellos, aceptando sus apuestas con una sonrisa que parecía implorar perdón. La fiesta comenzó por la lucha de los aizkoralaris.

Pocos meses antes, los mismos objetos y muebles que allí había estaban limpios y ordenados: ahora el polvo velaba las tablas del aparador, grandes manchas de grasa afeaban las puertas a la altura de las manos, los visillos blancos del balcón parecían grises, los cojines en que don José apoyaba las piernas estaban medio destripados en el suelo, y el mugriento hule que servía de tapete a la mesa mostraba descosidas y colgando hasta la estera las tiras de su ribete de trencilla.

Como si hubiera leído al autor de los Dialogos de las cortesanas, que describe a Menipo, viejo, calvo, sucio, desarrapado y haciendo burla de toda sabiduría, Velázquez lo pintó calado el chapeo mugriento y envuelto en una capa raída, bajo la cual, asoman las piernas, que cubren medias asquerosas de paño burdo y zapatos para los que fuera un insulto la limpieza.

El lujo suntuoso de la gran dama madrileña ó toledaña, cubierta de terciopelos, de ricos encajes y de joyas, tiene que frotarse allí contra la capa raida de paño ya pelado, un tiempo carmelita claro y luego de un amarillo mugriento inescrutable, que es el ornamento indispensable del toledano, obrero, tratante ó mendigo, así como del manchego y todos los habitantes de las dos Castillas.

Ovillitos, después de dirigir miradas escudriñadoras a las tapias y al camino, se sentó bajo el árbol que cobijaba a Román, y sacando una tijera, descosió dos de los infinitos parches que esmaltaban su mugriento capote de barragán.

Hasta disen que estuvo con vosotros Plumitas el ladrón. Aquí dio un salto el Nacional, a impulsos de la sorpresa y la inquietud. Le pareció que entraba en el patio, hollando las losas de mármol, un jinete mal pergeñado, con sombrero mugriento, y se apeaba de su jaca, apuntándole con una carabina por hablador y miedoso.

Entonces se atrevió a preguntar al chicuelo mugriento, mofletudo y asabañonado que le despachaba. ¿Está el amo? El señor Juaneca ha salido. No, don Quintín. Ese era el de enantes, que vendía pitillos de contrabando y lo quitaron por gandul. ¿Y dónde ha ido a parar? Le dieron otro estanco, y no más. ¡Valientes puercos debían de estar él y toda su casta! ¡Cómo dejaron la casa de telarañas!

Ahora es un gorjeo que sobre mi cabeza sueña un verso de amor... Vuelve a chillar la prosa: mugriento y sin aseo el tren silba ya el grito carnal de un estertor. Unas nubes muy blancas se agarran al azul. Árboles verdinegros vigilan el espacio. Los murmullos del río me rozan como un tul que acaricia las trenzas de una novia. Despacio marcha el sol.

Mas no en batallas se probó tu aliento: En pulperías fueron tus campañas, Armado con un naipe mas mugriento Que el corazon que abrigan tus entrañas. Pérfido el vaso de licor tendiendo Y bajo el poncho armando la cuchilla, Y á tus contrarios por la espalda hiriendo, Seguido por vandálica gavilla;